miércoles, 2 de mayo de 2012

Descubrimiento


Eran las 22:40 y Ángela todavía no llegaba. Habíamos quedado para ir a cenar a las diez y cuarto, pero nuevamente evidenciaba que la puntualidad no era su don. Tampoco contestaba el teléfono cuando la llamaba, de manera que me quedaba esperar o asumir que me habían plantado por primera vez. Ya me hartaba el vaivén de trenes en estación República y ver los propios planes frustrados no es agradable. Todo eso pensaba cuando Ángela de pronto aparece de un vagón próximo a mi ubicación, con cara de vergüenza y arrepentimiento.

- Perdóname, me atrasé maquillándome.
- No importa, vamos enseguida y sin perder más tiempo. - Le repliqué. Se veía hermosa, y eso cohibió completamente mi reproche, al menos de momento.

Llevábamos dos meses como pareja, y me sentía sumamente atraído por ella. Linda, agradable, dulce, universitaria, muy inteligente y con una cabecita llena de cosas interesantes que poco a poco me fue enseñando. Físicamente medía unos tres centímetros menos que yo; contextura media, pues no era muy amiga del deporte pero cuidaba sus hábitos alimenticios; cabello negro, piel blanca, ojos café, unas facciones muy delicadas y dulces; de cuerpo no estaba nada mal, con 96 centímetros de busto, caderas anchas y trasero rellenito, quizás no el más firme pero sí abundante, tal como me gustan. Habíamos intimado en tres ocasiones con muy buenos resultados, y mi objetivo esta noche no era diferente.

Llegamos a un restorán cercano a eso de las once, y en una mesa para dos esperamos nuestro pedido entre conversaciones, risas y arrumacos. Se veía hermosa, con una camiseta levemente escotada, una chaqueta y unos jeans ajustados. Su cabello lo llevaba trenzado, sus ojos delineados y sus labios con un leve brillo. Llevaba una cartera pequeña que más tarde revelaría su contenido.

Nos besamos varias veces, era lo que nuestras bocas pedían. De pronto llegó nuestro pedido de pastas que sació el apetito, junto con dos copas de vino que hicimos chocar para brindar por nuestra naciente y alegre relación.

Esta vez invité yo, le ofrecí un postre pero lo rechazó argumentando que no era bueno tener el estómago lleno previo a cualquier actividad física. Eso me alegró, pues teníamos el mismo objetivo en mente. Una vez que pagué la cuenta, salimos de la mano del restorán y caminamos durante media hora, contemplando la arquitectura del sector, conversando de todas esas cosas que desconocíamos y que se hacía interesante escuchar de parte de la persona que te gusta. De pronto se detuvo y apuntó al edifició que estaba junto a nosotros.

- ¿Entramos? - Me dijo muy sonriente. - Ahora invito yo.

Era un motel que por fuera no lo parecía. Luego de pagar el ingreso, nos dirigimos a la habitación que nos habían asignado. Al llegar, Ángela pasó al baño y yo la esperé tendido en la cama, observando las paredes y los pocos muebles que había. Ángela salió al cabo de un par de minutos con el pelo tomado y se dirigió a mí.

- Lo vamos a pasar bien, cariño.

Me senté en la cama y ella se arrodilló ante mis piernas. Ella sólo desprendida de su chaqueta, comenzó a quitarme los pantalones. Mi ropa interior se apretaba ante la notoria erección que esta situación me había provocado, y Ángela tenía dominio sobre esto, y lo imponía palpando mi pene erecto por encima de la ropa. Esto me lo endurecía más todavía, y a ella le calentaba, pues me hacía comentarios incitadores:

- Parece que él quiere libertad, ¿por qué no le ayudamos?

Inmediatamente me bajó los calzoncillos, dejando a la vista mi pene erguido y ansioso por entrar al campo de batalla. Lo tomó con una mano y empezó lentamente a masturbarme, sintiendo en su palma toda su dureza y extensión.

- Siempre me ha gustado lo grande que lo tienes, con esto puedes hacer feliz a cualquier mujer y me has elegido a mí.

Comenzaban a brotar algunas gotas de líquido pre-seminal debido a la gran excitación que Ángela me provocaba. Ella lo vio e introdujo mi glande en su boca, jugando dentro con su lengua y chupando esas gotitas de líquido que salían.

- Este juguito tiene nutrientes. - Me dijo cuando lo aparto por un momento de su boca. - Tendrás que darme más, no ha sido suficiente.

Comenzó a chuparlo con más ganas, al ritmo que subía y bajaba con sus labios por el tronco de mi erecto miembro. En un acto de osadía se lo introdujo hasta la garganta y así se quedó durante un buen rato. Esta chica tenía práctica, pues no dudaba ni temblaba al hacer estas jugadas avezadas. Sólo soltó algunas lágrimas, lo que es normal, y también me lo babeó abundantemente, lo que aprovechó al sacárselo de su boca para masturbármelo suavemente usando las dos manos.

- Tienes un monstruo entre tus piernas, es fantástico, ¿cuándo me vas a dar lo que estos saquitos tienen guardado para mí?
- Es muy pronto aún, quiero más de ti.
- ¿Más de mí? Entonces te propongo algo nuevo.

Se puso de pie, desabrochó sus jeans y se los quitó, dejando su carnoso culo al descubierto, sólo tapado por una pequeña y tímida tanga que no conquistaba gran parte de la superficie de sus nalgas. Mejor para mí, contemplar ese panorama me enloquecía de ganas. Se quitó también la camiseta, dejando ver su sujetador de no pequeñas proporciones y sus magníficos senos dentro de él. La guinda de la torta quedaría para más tarde, pues se posó sobre mis piernas con el culo apuntando hacia arriba y me dijo:

- ¿Has dado nalgadas alguna vez?
- Creo que sí... - Le respondí, y le di una palmada en su nalga derecha.
- Eso no me sirve, mi amor. Aprenderás de cero conmigo. Toma mi cartera y saca de allí un aceite, ese mismo, ahora unta un poco en mi culito y masajéamelo.

Le hice caso en todo lo que dijo. Al rato su culo estaba relajado y brillante por el aceite, al mismo tiempo que mi pene no podía estar más erecto de la emoción y la calentura que esas nalgas me habían provocado al contacto con mi mano.

- Ahora, con tu palma extendida, pégame con fuerza. - Le hice caso, y si bien el golpe fue duro, su sonido no pareció convencerla. - Hazlo de nuevo, procura tener tu palma bien extendida, de manera que su forma encaje con mi nalga al azotarla.

Le hice caso, esta vez fue un poco más fuerte y el sonido más brillante. Gritó despacio, y dijo:

- Eso estuvo mejor. Quiero que repitas esa misma nalgada diez veces, alternando entre mis dos cachetitos.

Nuevamente mis manos castigaron sus nalgas, emitiendo el mismo sonido fuerte y brillante. Ángela gemía y daba pequeños gritos como reflejo a mis golpes.

- ¡Ahora con toda tu fuerza!

Mi golpe fue muy duro, y noté que le dolió mucho, pues sus ojos ya lloraban. Pensé que querría parar, pero me dice:

- Saca la correa de mi cartera, aprenderás a castigarle el culo a tu perra.

No había notado que llevaba una correa de cuero en su cartera. Era gruesa, negra y no tenía hebilla. Ella se puso en cuatro patas, apoyada sobre la cama. Yo procedí a cumplir lo que ella me pedía y le azoté un correazo en su enorme y ya enrojecido trasero. Ella gritó.

- ¡Dame más, mi amor, lo estás haciendo increíble! ¡Castígame! ¿Te hice esperar en el metro? ¡Castígame!

Recordé la situación y le azoté con más fuerza. Su culo ya tenía distintos matices de rojo en su blanca piel. Le di varios golpes hasta agotarme. Extrañamente, mi pene seguía tan erecto como cuando me lo chupaba.

- Lo haces muy bien, mi amor, me tienes muy caliente, tócame aquí abajo.

Mi mano fue a parar a su vulva por debajo del calzón y estaba muy húmeda. No podía creer que ese trabajo de azotes le había calentado tanto. Su trasero ardía luego del castigo, pero mis instintos y mi pene ardían más por clavarse en su hechizante cuerpo. No le quité el calzón, pero aprovechando su posición me arrodillé, la tomé de las caderas, aparté un poco hacia un lado la tela de su calzón y metí mi pene que ya estaba como roca, rogando por entrar a ese horno humeante. Mis gemidos se sumaron a los suyos. La penetré durante cinco minutos en esa posición, hasta que me dijo:

- Toma las esposas de mi cartera e inmovilízame en la cama.

Otra sorpresa para mí fueron sus esposas. Extendió los brazos y enganché cada muñeca por separado con una esposa diferente a los barrotes extremos de la cama. Le quité el sujetador y le chupé los pezones, aprovechando su inmovilidad. Ella gemía mucho, y de su vagina seguía saliendo líquido y calor. Esta vez encima de ella, volví a meterle mi pene, llegando muy adentro en sus profundidades, cada vez más caliente por la situación y lo que me estaba enseñando. Su inmovilidad me excitó tanto que duré sólo diez minutos más de coito intenso y perverso. Cuando ya no había vuelta atrás, saqué mi pene y lo froté entre sus tetas carnosas. Mi resultado fue un orgasmo muy intenso, con abundante eyaculación que salió disparada a su rostro, a la almohada, a su pelo y en un final a su pecho. Ella, desacostumbrada a esas cantidades de semen, se mostró sorprendida.

- Lo hiciste increíble, mi amor. Acabé cuatro veces gracias a ti.

Pero mi pene seguía erguido. Estaba cansado, pero no muerto.

- Esto no ha terminado. - Le dije, al tiempo que me acerqué a su rostro y le introduje mi pene aún erecto en la boca, hasta la garganta y así me quedé penetrándolo, sintiendo un raro placer post-orgasmo que me gustó experimentar. Mi pene no quería rendirse y energías todavía me quedaban. Cuando retiré mi pene de su garganta pudo responderme.
- Tienes mucha energía, mi amor. Eso me encanta, pero suelta mis esposas para poder hacer más cosas.

Le quité las esposas. Ella se estiró un poco y luego se sentó en la cama. Yo ágilmente usé una esposa para unir e inmovilizar sus muñecas, y la otra se la puse junto a los tobillos. No ocultó su sorpresa:

- ¡Mi amor! Veo que te ha gustado esto de la inmovilización... ahora dame fuerte.

Tomé muy literal su palabra, y aprovechando su inmovilidad, me aproximé a su rostro con mi pene, lo tomé con una mano desde la base y con fuerza lo usé para golpearla en las mejillas. Repetí ese golpe varias veces en cada mejilla, en su boca, en su frente y encima de su cabeza. Se mostró extrañada, pero gratamente sorprendida. Mi pene también lo estaba, pues había vuelto a ponerse tan duro como al comienzo y estaba listo para una segunda ronda. Le advertí algo muy importante:

- Espero que te hayas lavado bien, porque entraré por tu puerta trasera.
- Nunca lo he hecho así... - Me dijo algo asustada.
- Entonces haremos que tengas una inolvidable primera vez.

De mi mochila extraje el estuche de mis anteojos de sol, de donde saqué un preservativo que usé para proteger mi pene. Luego lo bañé en aceite, del mismo que había usado para masajearle el culo a mi novia, ahora era usado para perforárselo. Me aproximé a su ano tímidamente y comencé a tantear el terreno con la punta de mi pene erecto. Comencé entrando suavemente sólo con la punta, ella se quejaba levemente, pero no parecía disgustarse. Metí poco a poco el tronco, llegando a la mitad de mi miembro completo, y Ángela comenzó a quejarse. Mi pene, entrante y saliente, ensanchaba su ano poco a poco, acabando con esa hipócrita virginidad trasera y enseñándole a conocer terminales nerviosos que hasta ahora no cabían en su mente. Intenté seguir avanzando, pero mi querida me pidió que no siguiera, ya que no lo estaba disfrutando. Lo retiré con el gusto de haber dado el primer paso en esta exploración, y seguramente en nuestras relaciones posteriores seguiríamos trabajando en ello. Retiré el condón usado de mi pene, lo bañé en aceite, esta vez desnudo, y cambiamos la acción:

- Ahora me lo vas a masturbar hasta acabar. Así aprovechas de descansar, que si no lo haces, no podrás caminar.
- Me duele mi culito... creo que me lo has roto con esa tremenda cosa que te cuelga...
- No hace falta tanta adulación, sólo haz lo que te dije.

Me hizo caso con una experticie que no se ajustaba a su reducida edad. Comenzó masajeando mi tronco con su mano derecha, con la que era más diestra. Lentamente y sin apretar, para luego ir acelerando. Luego lo tomó con ambas manos y apretó un poco más. Mi glande lloraba levemente, y ella seguía meneándomelo. Para cerrar su trabajo, enganchó su mano derecha a mi miembro con solamente tres dedos: pulgar, índice y medio. Comenzó a moverlo placenteramente a altísima velocidad, ante lo que mi impulso no pudo resistirse y dentro de poco tiempo saltó mi segundo chorro de semen hacia su ya manchada carita celestial. La eyaculación esta vez era menos abundante, pero no por eso menos placentera. Mi suspiro fue notorio y su alegría fue muy grande, a pesar de tener su rostro bañado con mis células.

- Vamos a la ducha. - Me dijo.

Luego de eso, ambos con una gran sonrisa y sintiendo que nuestros sentimientos crecían, estuvimos acostados un buen rato, conversando y acariciándonos, esta vez sin lujuria de por medio. Al momento de retirarnos, una hora después, bajamos a la calle. Ella tenía una leve dificultad para caminar y cojeaba. Me preocupó pero ella me tranquilizó enseguida. La acompañé al paradero de micro que la llevaría a su hogar. Cuando vimos en medio de la noche que la micro se aproximaba a nosotros con intención de detenerse, Ángela me preguntó:

- ¿Conoces el BDSM?

Su pregunta cambiaría para siempre mi vida.