miércoles, 2 de mayo de 2012

Descubrimiento


Eran las 22:40 y Ángela todavía no llegaba. Habíamos quedado para ir a cenar a las diez y cuarto, pero nuevamente evidenciaba que la puntualidad no era su don. Tampoco contestaba el teléfono cuando la llamaba, de manera que me quedaba esperar o asumir que me habían plantado por primera vez. Ya me hartaba el vaivén de trenes en estación República y ver los propios planes frustrados no es agradable. Todo eso pensaba cuando Ángela de pronto aparece de un vagón próximo a mi ubicación, con cara de vergüenza y arrepentimiento.

- Perdóname, me atrasé maquillándome.
- No importa, vamos enseguida y sin perder más tiempo. - Le repliqué. Se veía hermosa, y eso cohibió completamente mi reproche, al menos de momento.

Llevábamos dos meses como pareja, y me sentía sumamente atraído por ella. Linda, agradable, dulce, universitaria, muy inteligente y con una cabecita llena de cosas interesantes que poco a poco me fue enseñando. Físicamente medía unos tres centímetros menos que yo; contextura media, pues no era muy amiga del deporte pero cuidaba sus hábitos alimenticios; cabello negro, piel blanca, ojos café, unas facciones muy delicadas y dulces; de cuerpo no estaba nada mal, con 96 centímetros de busto, caderas anchas y trasero rellenito, quizás no el más firme pero sí abundante, tal como me gustan. Habíamos intimado en tres ocasiones con muy buenos resultados, y mi objetivo esta noche no era diferente.

Llegamos a un restorán cercano a eso de las once, y en una mesa para dos esperamos nuestro pedido entre conversaciones, risas y arrumacos. Se veía hermosa, con una camiseta levemente escotada, una chaqueta y unos jeans ajustados. Su cabello lo llevaba trenzado, sus ojos delineados y sus labios con un leve brillo. Llevaba una cartera pequeña que más tarde revelaría su contenido.

Nos besamos varias veces, era lo que nuestras bocas pedían. De pronto llegó nuestro pedido de pastas que sació el apetito, junto con dos copas de vino que hicimos chocar para brindar por nuestra naciente y alegre relación.

Esta vez invité yo, le ofrecí un postre pero lo rechazó argumentando que no era bueno tener el estómago lleno previo a cualquier actividad física. Eso me alegró, pues teníamos el mismo objetivo en mente. Una vez que pagué la cuenta, salimos de la mano del restorán y caminamos durante media hora, contemplando la arquitectura del sector, conversando de todas esas cosas que desconocíamos y que se hacía interesante escuchar de parte de la persona que te gusta. De pronto se detuvo y apuntó al edifició que estaba junto a nosotros.

- ¿Entramos? - Me dijo muy sonriente. - Ahora invito yo.

Era un motel que por fuera no lo parecía. Luego de pagar el ingreso, nos dirigimos a la habitación que nos habían asignado. Al llegar, Ángela pasó al baño y yo la esperé tendido en la cama, observando las paredes y los pocos muebles que había. Ángela salió al cabo de un par de minutos con el pelo tomado y se dirigió a mí.

- Lo vamos a pasar bien, cariño.

Me senté en la cama y ella se arrodilló ante mis piernas. Ella sólo desprendida de su chaqueta, comenzó a quitarme los pantalones. Mi ropa interior se apretaba ante la notoria erección que esta situación me había provocado, y Ángela tenía dominio sobre esto, y lo imponía palpando mi pene erecto por encima de la ropa. Esto me lo endurecía más todavía, y a ella le calentaba, pues me hacía comentarios incitadores:

- Parece que él quiere libertad, ¿por qué no le ayudamos?

Inmediatamente me bajó los calzoncillos, dejando a la vista mi pene erguido y ansioso por entrar al campo de batalla. Lo tomó con una mano y empezó lentamente a masturbarme, sintiendo en su palma toda su dureza y extensión.

- Siempre me ha gustado lo grande que lo tienes, con esto puedes hacer feliz a cualquier mujer y me has elegido a mí.

Comenzaban a brotar algunas gotas de líquido pre-seminal debido a la gran excitación que Ángela me provocaba. Ella lo vio e introdujo mi glande en su boca, jugando dentro con su lengua y chupando esas gotitas de líquido que salían.

- Este juguito tiene nutrientes. - Me dijo cuando lo aparto por un momento de su boca. - Tendrás que darme más, no ha sido suficiente.

Comenzó a chuparlo con más ganas, al ritmo que subía y bajaba con sus labios por el tronco de mi erecto miembro. En un acto de osadía se lo introdujo hasta la garganta y así se quedó durante un buen rato. Esta chica tenía práctica, pues no dudaba ni temblaba al hacer estas jugadas avezadas. Sólo soltó algunas lágrimas, lo que es normal, y también me lo babeó abundantemente, lo que aprovechó al sacárselo de su boca para masturbármelo suavemente usando las dos manos.

- Tienes un monstruo entre tus piernas, es fantástico, ¿cuándo me vas a dar lo que estos saquitos tienen guardado para mí?
- Es muy pronto aún, quiero más de ti.
- ¿Más de mí? Entonces te propongo algo nuevo.

Se puso de pie, desabrochó sus jeans y se los quitó, dejando su carnoso culo al descubierto, sólo tapado por una pequeña y tímida tanga que no conquistaba gran parte de la superficie de sus nalgas. Mejor para mí, contemplar ese panorama me enloquecía de ganas. Se quitó también la camiseta, dejando ver su sujetador de no pequeñas proporciones y sus magníficos senos dentro de él. La guinda de la torta quedaría para más tarde, pues se posó sobre mis piernas con el culo apuntando hacia arriba y me dijo:

- ¿Has dado nalgadas alguna vez?
- Creo que sí... - Le respondí, y le di una palmada en su nalga derecha.
- Eso no me sirve, mi amor. Aprenderás de cero conmigo. Toma mi cartera y saca de allí un aceite, ese mismo, ahora unta un poco en mi culito y masajéamelo.

Le hice caso en todo lo que dijo. Al rato su culo estaba relajado y brillante por el aceite, al mismo tiempo que mi pene no podía estar más erecto de la emoción y la calentura que esas nalgas me habían provocado al contacto con mi mano.

- Ahora, con tu palma extendida, pégame con fuerza. - Le hice caso, y si bien el golpe fue duro, su sonido no pareció convencerla. - Hazlo de nuevo, procura tener tu palma bien extendida, de manera que su forma encaje con mi nalga al azotarla.

Le hice caso, esta vez fue un poco más fuerte y el sonido más brillante. Gritó despacio, y dijo:

- Eso estuvo mejor. Quiero que repitas esa misma nalgada diez veces, alternando entre mis dos cachetitos.

Nuevamente mis manos castigaron sus nalgas, emitiendo el mismo sonido fuerte y brillante. Ángela gemía y daba pequeños gritos como reflejo a mis golpes.

- ¡Ahora con toda tu fuerza!

Mi golpe fue muy duro, y noté que le dolió mucho, pues sus ojos ya lloraban. Pensé que querría parar, pero me dice:

- Saca la correa de mi cartera, aprenderás a castigarle el culo a tu perra.

No había notado que llevaba una correa de cuero en su cartera. Era gruesa, negra y no tenía hebilla. Ella se puso en cuatro patas, apoyada sobre la cama. Yo procedí a cumplir lo que ella me pedía y le azoté un correazo en su enorme y ya enrojecido trasero. Ella gritó.

- ¡Dame más, mi amor, lo estás haciendo increíble! ¡Castígame! ¿Te hice esperar en el metro? ¡Castígame!

Recordé la situación y le azoté con más fuerza. Su culo ya tenía distintos matices de rojo en su blanca piel. Le di varios golpes hasta agotarme. Extrañamente, mi pene seguía tan erecto como cuando me lo chupaba.

- Lo haces muy bien, mi amor, me tienes muy caliente, tócame aquí abajo.

Mi mano fue a parar a su vulva por debajo del calzón y estaba muy húmeda. No podía creer que ese trabajo de azotes le había calentado tanto. Su trasero ardía luego del castigo, pero mis instintos y mi pene ardían más por clavarse en su hechizante cuerpo. No le quité el calzón, pero aprovechando su posición me arrodillé, la tomé de las caderas, aparté un poco hacia un lado la tela de su calzón y metí mi pene que ya estaba como roca, rogando por entrar a ese horno humeante. Mis gemidos se sumaron a los suyos. La penetré durante cinco minutos en esa posición, hasta que me dijo:

- Toma las esposas de mi cartera e inmovilízame en la cama.

Otra sorpresa para mí fueron sus esposas. Extendió los brazos y enganché cada muñeca por separado con una esposa diferente a los barrotes extremos de la cama. Le quité el sujetador y le chupé los pezones, aprovechando su inmovilidad. Ella gemía mucho, y de su vagina seguía saliendo líquido y calor. Esta vez encima de ella, volví a meterle mi pene, llegando muy adentro en sus profundidades, cada vez más caliente por la situación y lo que me estaba enseñando. Su inmovilidad me excitó tanto que duré sólo diez minutos más de coito intenso y perverso. Cuando ya no había vuelta atrás, saqué mi pene y lo froté entre sus tetas carnosas. Mi resultado fue un orgasmo muy intenso, con abundante eyaculación que salió disparada a su rostro, a la almohada, a su pelo y en un final a su pecho. Ella, desacostumbrada a esas cantidades de semen, se mostró sorprendida.

- Lo hiciste increíble, mi amor. Acabé cuatro veces gracias a ti.

Pero mi pene seguía erguido. Estaba cansado, pero no muerto.

- Esto no ha terminado. - Le dije, al tiempo que me acerqué a su rostro y le introduje mi pene aún erecto en la boca, hasta la garganta y así me quedé penetrándolo, sintiendo un raro placer post-orgasmo que me gustó experimentar. Mi pene no quería rendirse y energías todavía me quedaban. Cuando retiré mi pene de su garganta pudo responderme.
- Tienes mucha energía, mi amor. Eso me encanta, pero suelta mis esposas para poder hacer más cosas.

Le quité las esposas. Ella se estiró un poco y luego se sentó en la cama. Yo ágilmente usé una esposa para unir e inmovilizar sus muñecas, y la otra se la puse junto a los tobillos. No ocultó su sorpresa:

- ¡Mi amor! Veo que te ha gustado esto de la inmovilización... ahora dame fuerte.

Tomé muy literal su palabra, y aprovechando su inmovilidad, me aproximé a su rostro con mi pene, lo tomé con una mano desde la base y con fuerza lo usé para golpearla en las mejillas. Repetí ese golpe varias veces en cada mejilla, en su boca, en su frente y encima de su cabeza. Se mostró extrañada, pero gratamente sorprendida. Mi pene también lo estaba, pues había vuelto a ponerse tan duro como al comienzo y estaba listo para una segunda ronda. Le advertí algo muy importante:

- Espero que te hayas lavado bien, porque entraré por tu puerta trasera.
- Nunca lo he hecho así... - Me dijo algo asustada.
- Entonces haremos que tengas una inolvidable primera vez.

De mi mochila extraje el estuche de mis anteojos de sol, de donde saqué un preservativo que usé para proteger mi pene. Luego lo bañé en aceite, del mismo que había usado para masajearle el culo a mi novia, ahora era usado para perforárselo. Me aproximé a su ano tímidamente y comencé a tantear el terreno con la punta de mi pene erecto. Comencé entrando suavemente sólo con la punta, ella se quejaba levemente, pero no parecía disgustarse. Metí poco a poco el tronco, llegando a la mitad de mi miembro completo, y Ángela comenzó a quejarse. Mi pene, entrante y saliente, ensanchaba su ano poco a poco, acabando con esa hipócrita virginidad trasera y enseñándole a conocer terminales nerviosos que hasta ahora no cabían en su mente. Intenté seguir avanzando, pero mi querida me pidió que no siguiera, ya que no lo estaba disfrutando. Lo retiré con el gusto de haber dado el primer paso en esta exploración, y seguramente en nuestras relaciones posteriores seguiríamos trabajando en ello. Retiré el condón usado de mi pene, lo bañé en aceite, esta vez desnudo, y cambiamos la acción:

- Ahora me lo vas a masturbar hasta acabar. Así aprovechas de descansar, que si no lo haces, no podrás caminar.
- Me duele mi culito... creo que me lo has roto con esa tremenda cosa que te cuelga...
- No hace falta tanta adulación, sólo haz lo que te dije.

Me hizo caso con una experticie que no se ajustaba a su reducida edad. Comenzó masajeando mi tronco con su mano derecha, con la que era más diestra. Lentamente y sin apretar, para luego ir acelerando. Luego lo tomó con ambas manos y apretó un poco más. Mi glande lloraba levemente, y ella seguía meneándomelo. Para cerrar su trabajo, enganchó su mano derecha a mi miembro con solamente tres dedos: pulgar, índice y medio. Comenzó a moverlo placenteramente a altísima velocidad, ante lo que mi impulso no pudo resistirse y dentro de poco tiempo saltó mi segundo chorro de semen hacia su ya manchada carita celestial. La eyaculación esta vez era menos abundante, pero no por eso menos placentera. Mi suspiro fue notorio y su alegría fue muy grande, a pesar de tener su rostro bañado con mis células.

- Vamos a la ducha. - Me dijo.

Luego de eso, ambos con una gran sonrisa y sintiendo que nuestros sentimientos crecían, estuvimos acostados un buen rato, conversando y acariciándonos, esta vez sin lujuria de por medio. Al momento de retirarnos, una hora después, bajamos a la calle. Ella tenía una leve dificultad para caminar y cojeaba. Me preocupó pero ella me tranquilizó enseguida. La acompañé al paradero de micro que la llevaría a su hogar. Cuando vimos en medio de la noche que la micro se aproximaba a nosotros con intención de detenerse, Ángela me preguntó:

- ¿Conoces el BDSM?

Su pregunta cambiaría para siempre mi vida.

domingo, 15 de abril de 2012

El mastín

Marzo de 2009.

¿Recuerdan a Leonor, esa guapa mujer de barrio alto con quien intimé hace unos meses? Llevamos ya un tiempo en una estable relación de amo y sumisa. Hemos tenido cinco sesiones en su hogar hasta la fecha. La última fue sin duda la más interesante para relatarles.

Me desperté en su cama, desnudo. Su esposo de viaje con las niñas y su sirvienta de vacaciones. Teníamos casi libertad absoluta de hacer lo que quisiéramos. Ella, sin más ropa que yo, atada de manos y pies a los extremos de la cama, yacía dormida profundamente, boca arriba, emitiendo pequeños y femeninos ronquidos. Estaba agotada, ya que anoche habíamos tenido relaciones muy agresivas y agotadoras.

Por la falta de peligro me podía dar la licencia de dejarle algunas marcas en el cuerpo. Su cuello tenía muchos moretones producto de mis mordidas y besos, también su proporcionado trasero. Verla así me excitaba, lo cual erguía de alegría a mi pene. Pensé en jugarle una broma, así que me aproximé silenciosamente por encima y llegué a su cabeza. Aproveché la apertura de su boca para allí introducirle mi miembro erecto. Se despertó enseguida, cuando sintió que mi glande besaba su garganta. Insistí y me quedé unos diez segundos más presionando con fuerza hacia adentro. Estaba impresionada, respirando agitada una vez que retiré mi pene de sus profundidades orales. Inmediatamente le di unos golpecitos con mi pene en su cabeza, dándole un cariñoso saludo de buenos días.

- Buenos días, mi amo. - Me dijo somnolienta. Yo me aproximé a besarla en los labios. Estos juegos pervertidos ya no le extrañaban en lo absoluto. El poco tiempo que llevábamos había sido intenso y lleno de aprendizaje para ella, que deseaba ponerse al día con sus años perdidos.
- Hoy desperté con mucha energía, vamos a hacer muchas cosas divertidas. Pero por ahora te quedarás donde estás.
- Como desee, mi amo.

Bajé al primer piso en busca de algo para comer, volví al cuarto con dos sándwiches y una botella de un litro de agua mineral. Ella seguía ahí, atada a la cama, y me miraba con una sonrisa mientras me acercaba con la comida. Aflojé un poco los nudos y sin desatarse, ella pudo sentarse en la cama, así que procedí a alimentarla. Ella comía del sándwich que le traje.

- Mi amo es el más bondadoso, no existe en otra parte uno que iguale sus modales y su preocupación. - Me dijo.
- Calla, está demás lo que dices. - Le respondí. Una vez que terminó de comer, abrí la botella de agua mineral. - Ahora viene lo interesante. Abre tu boca.

Me hizo caso, y procedí a darle agua, y con suavidad introduje la boca de la botella en la suya, y la mantuve así, forzada a tragar.

- Deberás tomar esta botella completa. Y pobre de ti si escupes o devuelves agua, porque bajaré a buscar otra y deberás comenzar desde el principio.

Acto seguido, ella tragaba más y más agua. Cuando iba por la mitad de la botella se notaba su completo desagrado por la situación, pero yo me mantuve firme. Ella temblaba levemente porque ya le costaba trabajo tragar, y en un acto de presión, hice fuerza sobre la botella que se introdujo un poco más adentro de su boca. En reflejo ella escupió. Mi juego funcionaba.

- Eres muy torpe, Leonor. Has botado agua cuando ya ibas a más de la mitad, así que deberás comenzar de nuevo. - Inmediatamente bajé y volví con una botella nueva. - Espero que esta vez seas más cuidadosa.
- Lo seré, mi amo. - Me dijo. Volvió a abrir su boca y repetimos la operación. En ese momento se encontraba haciendo un gran esfuerzo mental, pues a pesar de no tener más espacio, seguía tragando, hasta que el litro de la botella desapareció en sus interiores. - Buena chica, has recuperado tu libertad.

Solté sus amarras e inmediatamente se tendió a acariciar su vientre, un poco abultado por la gran cantidad de agua que almacenaba. Su hinchazón fue motivo de mi burla.

- Veo que has subido un poco de peso... pero no te desanimes, vamos a remediarlo enseguida. Ponte un traje deportivo, saldremos a trotar por este bello lugar.

En cinco minutos la tenía frente a mí con su apretado pantalón, sus zapatillas, una polera corta y un gorro que la protegía del sol. Yo con pantalón deportivo, zapatillas y camiseta, di el paso siguiente:

- Tendrás que usar tu collar.

En el tiempo que llevábamos, habíamos comprado diversos objetos para darnos variedad y más placer en nuestras sesiones. El collar que teníamos era de cuero. Se lo puse sin cadena, la cual guardé en mi bolsillo, y enseguida salimos de la casa, para elongar durante unos minutos y comenzar a trotar por su adinerado condominio. El sector era muy grande, las casas tenían enormes patios llenos de vegetación. Costaba diferenciar el límite entre una propiedad y otra, lo cual a veces sólo podía deducirse por el uniforme de los empleados domésticos que limpiaban el césped y regaban las plantas.

Anteriormente habíamos salido a trotar en un par de ocasiones, con mucho menos éxito, ya que cada vez que la miraba en acción y veía sus grandes pechos en movimiento, o su trasero al ritmo de sus pasos, mi miembro me tendía una trampa y se erectaba, lo cual era molesto y revelador. Yo debía detenerme hasta calmar a mi apasionado pene, para poder seguir sin ser vetado del condominio. Esta vez me había decidido a no mirarla, tarea difícil para un amante lujurioso y que se decanta con un bello cuerpo.

Llevábamos media hora de ejercicio cuando me dirigió su temblorosa palabra:

- Mi amo, tengo ganas orinar, debo devolverme al baño.
- Alto ahí, Leonor. No necesitas volver al baño de tu hogar en este momento. Aguántate un poco.
- Como diga, mi amo.

Su aguante duró poco. El litro y medio que había tomado había hecho agilizar a su organismo y en cinco minutos insistió:

- Mi amo, es urgente, debo ir a orinar.
- Muy bien, no quiero que lo hagas en tu pantalón, pero tampoco lo harás en tu baño. - Miré que no hubiera nadie cerca y le puse la cadena a su collar. - Sígueme.

Entramos ágilmente al gran patio de uno de los vecinos del condominio. Un selvático jardín lleno de plantas y árboles que no había visto en mi vida, además de un estanque artificial y hectáreas de césped. Un lujo innecesario al cual daríamos uso, aprovechando que a esa hora no había empleados por allí. Entramos entre unos matorrales, un pequeño bosque que nos servía de escondite. Leonor no aguantaba más, lo vi en su cara, así que le dije:

- Ahora baja tus pantalones, ponte en cuclillas y haz lo que debes hacer.
- Mi amo, jamás he orinado así...
- Ahora lo harás, y más te vale que no demores porque peor sería si te descubren.

Su aguante la forzaba a obedecerme. Yo la tenía tomada de la cadena del collar, mientras la veía bajar sus pantalones deportivos. En cuclillas la veía temblar. Estaba muy nerviosa, así que me acerqué a calmarla.

- No debes temer, sólo hazlo. No hay nadie por aquí. - Le dije, mientras tomé su mano en un gesto de cariño y comprensión. Sus nervios de a poco desaparecieron y las primeras gotas de orina regaron la limpia tierra de esa propiedad privada que estábamos invadiendo. Se decidió y botó todo el líquido que le quedaba. No era poco, por lo que sintió su vientre extraño al terminar. Yo la abracé. - Lo hiciste muy bien, veo que has recuperado tu forma. Verte así me calienta mucho, y deberás hacerte cargo.

La puse de pie, y con la cadena del collar amarré sus muñecas a la parte alta de uno de los árboles, al cual debí trepar para concretar mi obra. Mientras lo hacía me miraba con sus inocentes y curiosos ojos verdes, preparándose para algo que a ambos nos gustaba como conclusión de una aventura: el placer carnal. Ella estaba de pie, sin sus pantalones, exhibiendo su afeitado pubis, estirada con los brazos atados hacia arriba, y sus enormes tetas erguidas por debajo del género de su corta polera. Pude ver un brillo que recorría sus piernas, y comprobé con mis dedos en su vulva que era su humedad, la que revelaba las ganas de hacerlo en un sitio como ése. Seguramente tampoco su esposo le había dado el placer de hacerlo a escondidas, procurando no ser vistos por otra persona, menos en propiedad ajena.

- No debes gritar. Si gritas, es nuestro fin. - Fue mi última orden, seguida de un beso en los labios que precedía mis manoseos por todo su escultural y estirado cuerpo.

Sus tetas tan levantadas por la tensión en los brazos me calentaban mucho. Levanté su corta polera y allí estaban, saltonas y relucientes como de costumbre. Empecé a mamar su seno izquierdo y al contacto con mi lengua y mi saliva su pezón se endureció, a lo que respondí con suaves mordidas. Enseguida le apreté un poco más con mis dientes. Casi da un pequeño grito, pero estaba muy concentrada en no fallar a mi instrucción.

- Lo haces muy bien. Sigue así. - Le dije. - No quiero que te lastimes, así que tómate con tus manos de las cadenas, para no dañar tus muñecas. Ahora levanta tus piernas, como si se tratase de una clase de gimnasia.

Me hizo caso. Colgó de la cadena que yo había atado en la parte superior del árbol. Su trabajo aeróbico constante en el gimnasio que tenía en casa le había dado unos fuertes bíceps, lo suficiente para aguantar mientras yo bajaba mis pantalones y le daba libertad a mi asfixiado pene erecto, con su tronco venoso y ansioso por volver a degustar de esta mujer, más con todo el morbo que causa estar en un lugar prohibido haciendo algo prohibido. No me significó ninguna dificultad tomarla de las piernas y darle un descanso apoyada sobre mi cuerpo, con las piernas abiertas. Tampoco fue difícil introducirle mi pene erecto, que se deslizaba alegremente hacia el interior de su húmeda y caliente vagina. De verdad estaba muy duro, cosa que como de costumbre ella noto. Su gemido fue inevitable, estaba tan caliente que su lubricante natural mojaba mi pubis, espesándose ante el constante golpe de nuestros cuerpos. La tenía sujeta de las caderas, apretando fuertemente sus nalgas. Así estuvimos hasta que nació el primer orgasmo. Cada vez gemía más, lo que en ese momento no me preocupaba, tampoco las hojas secas que aplastábamos en el suelo, ya que estábamos muy concentrados haciendo nuestro arte. El contacto de sus tetas con mi pecho me excitaba de sobremanera. Era un gusto que disfrutaba cada vez que lo hacíamos, y que nunca dejaría de gustarme.

Cambiamos de posición. La dejé poner los pies en el suelo, sin desatar su cadena de las manos. Me llevé su pierna derecha al hombro, su elongación era perfecta. Le introduje nuevamente mi pene en su hambriento paraíso y retomamos nuestros movimientos pélvicos, al ritmo que dictaba nuestro salvajismo. Ese brillante placer se prolongaría por quince minutos más de coito ininterrumpido, hasta que el flechazo eléctrico del orgasmo llegó a mis sensaciones. Mi calentura era tal que eyaculé abundantemente dentro de su cuerpo, y al retirar mi pene éste seguía firme disparando pequeñas pero intensas ráfagas de semen. Éste le salpicó en los senos y en el abdomen. Lo disfruté tanto que me hubiera gustado tener su capacidad multiorgásmica para seguir jugando allí, pero lo cierto es que no podíamos estar tanto tiempo invadiendo un patio desconocido.

Tarde o temprano podría alguien descubrirnos, por lo que procedí a desatar su cadena. Cuando me encontraba arriba del árbol escuchamos los ladridos de un perro. Pude ver una expresión de espanto que atravesó el rostro de Leonor. Sin vacilar salté del árbol, tomé su ropa y la ayudé rápidamente a vestirse, luego tomé a Leonor de la mano y corrimos. Nuestras prácticas atléticas y la adrenalina nos permitieron huir rápidamente del lugar. Al salir del terreno de ese desconocido vecino volvimos a escuchar los ladridos del perro. Miramos hacia adentro y allí estaba: un enorme mastín que a lo lejos se veía jugando solo con unos desafortunados juguetes para perro. Nos asustamos en vano, seguramente, pero si ese perro nos hubiese pillado los pies, hubiera sido nuestra última aventura. Llevé de la mano a Leonor de vuelta a su casa (que por ese tiempo era nuestra), y nos quedamos regaloneando durante la tarde, luego de ducharnos juntos para sacarnos el sudor, la tierra y los fluidos corporales que se nos habían adherido a la piel. Una vez en el sillón, la llené de arrumacos y besos, pues honestamente, cada vez me sentía más atraído por esa mujer. Fue descuidado de mi parte haberla expuesto a ese peligro, lo lamenté mucho en mis pensamientos. Ella no me lo recriminó, incluso parecía haberlo disfrutado. Su vida carecía absolutamente de acción y diversión, y al parecer yo la estaba llevando por una senda hasta ahora desconocida. En sus casi cuarenta años, por primera vez parecía estar viviendo las locuras de la juventud. Pero de pronto recordé...

- ¡Mierda! ¡La cadena! Se quedó tirada junto al árbol...
- Vaya, qué pena, pero no te preocupes, puedo comprar unas cuantas. - Me respondió.
- Es verdad, pero me hubiese gustado conservarla, es nuestra primera cadena.
- Descuida, mi niño, es sólo un objeto. Puede reemplazarse.

Sus palabras fueron suficiente tranquilidad durante la media hora que estuvimos viendo televisión abrazados. Al cabo de ese rato, tocaron el timbre. Leonor fue a abrir la puerta para ver quién era. Pude ver a una mujer morena y joven, alta de estatura.

- Vecina, hoy dejó esto en mi jardín.

domingo, 8 de abril de 2012

La cantante

Es de mi consideración proteger la identidad de una colega cuando hablo de ella en uno de mis relatos, pero la particularidad del siguiente que les contaré me lleva a saltarme algunas normas de cortesía y sólo me limitaré a proteger su nombre, sólo porque en estos días ha estado gozando un éxito en ascenso y ya cuenta con una canción sonando en las radios, lo cual me alegra enormemente. La llamaremos Catalina. Una joven y talentosa cantante, originaria del norte de Chile, cuya curiosidad gatuna la condenó a la esclavitud.

Conocí a Catalina, como a muchas otras personas, compartiendo escenario en un concierto. Yo arriba, ella abajo, y luego al revés. Me sorprendió su prístina voz de contralto, y nuestro diálogo se gestó con bastante naturalidad. Un diálogo normal, adulaciones musicales varias. Ella en la oscuridad no me pareció demasiado guapa, pero siempre he sentido una atracción especial hacia aquellas mujeres que ejercen la misma profesión que yo. De cara no era tan agraciada, tampoco era fea, usaba anteojos y su expresión era siempre atenta y observadora. De cintura era delgada, con senos pequeños, pero a cambio unas caderas anchas y un trasero sobresaliente, sólo para amantes de la abundancia. De estatura era pequeñita, no llegaba al metro sesenta, lo cual me aventajaba porque yo no sobresalgo por mi altura. Noté que tenía leves problemas para escucharme mientras que yo la oía sin dificultad, seguramente era aficionada a escuchar música por audífonos. Entre la larga conversación me hizo una pregunta que cambiaría completamente el curso de nuestro diálogo:

- ¿Qué es lo que llevas dentro de tu guitarra? Vi asomarse algo así como un cable, o una cuerda...

Mi respuesta no fue inmediata. La pregunta me impresionó, porque nunca alguien se había fijado en lo que escondía la caja acústica de mi guitarra. Nunca me había significado una preocupación antes de subir a escena. Notó mi impresión y antes de responderle se rió y me dijo:

- Perdona mi intromisión, soy muy fijona. Puedes contármelo, no es problema.
- Es una cuerda. - Le dije.
- Interesante, ¿y qué hace una cuerda dentro de una guitarra? Definitivamente su grosor no va con el encordado de una guitarra corriente, más parecía una cuerda para atar un barco.
- Tampoco exageres... es una cuerda para atar personas. - Mi respuesta para cualquier otra mujer pudo significar motivo de peligro y alejarse de mí, pero para Catalina fue diferente.
- Atar personas... eso suena a sadomasoquismo. ¿Eres sado con tu polola?
- Estoy soltero. Podríamos decir que en mis relaciones soy el dominante.
- ¿Podríamos? No me cabe duda, no todo el mundo anda escondiendo una soga en sus herramientas de trabajo. Cuéntame más, ¿cómo atas a tus parejas?
- Si te lo cuento perdería la gracia, tendrás que comprobarlo.

Mi actitud descolocó un poco su determinación. Mi mirada quizás la intimidó, pero no parecía acobardarse.

- Vamos a mi habitación, vivo a pocas cuadras de aquí. - Me dijo, sorprendiéndome de vuelta.

Caminamos, cada uno con su instrumento al hombro. En su céntrico barrio la iluminación y la vida nocturna abundaban. Llegamos a un pequeño edificio donde tenía su departamento. Me llevó de la mano por las escaleras hasta el cuarto piso y entramos. Su habitación estaba ordenada, a pesar de que vivía sola. Sus buenos hábitos de limpieza saltaban a la vista, lo único que desentonaba era un reproductor de música portátil sobre su escritorio, junto a sus audífonos. Mi sospecha era correcta, seguramente lo dejó allí antes de salir, porque de poco le sirve llevarlo a un concierto.

- Espérame aquí. - Dijo mientras caminaba hacia el baño. Me quedé sentado en su cama, en la única habitación. Aparte, su departamento tenía un armario y una cocina. Era modesto y pequeño, pero suficiente para una persona solitaria.

Cuando regresó, no noté ningún cambio en ella. Me lo explicó enseguida:

- Perdona, pero estaba que me hacía. - Dijo con su rostro lleno de risa. - Ahora vamos a lo que nos convoca, señor dominante. Enséñame qué es lo que haces con tu cuerda.
- Un momento, Catalina. Debes entender antes lo que son los roles dentro del BDSM. Aquí soy yo quien pone las reglas, y antes de cualquier acción con mis sumisas, ésta debe estar previamente...
- ¿Perdón? ¿Dijiste "sumisa"?
- Así es... mi rol es el de amo, y si quieres participar, tú serás la sumisa.
- Tu jueguito es aberrantemente machista, Fernando. ¿Estás bromeando, verdad?
- Esto no es ninguna broma. ¿Quieres aprender? Entonces me haces caso.
- Está bien... dime qué se te ofrece.
- De pie.

Se puso de pie. Yo sentado en la cama procedí a desabrochar su camisa. Ahí estaba su delgado vientre y sus pequeños pechos, tapados con un sujetador de tela blanca. Se apresuró a decir "apagaré la luz", pero yo le tomé el brazo y no permití que se moviera. Bruscamente la traje hacia mí y besé sus labios, lo cual pareció gustarle, pero estaba decidida a apagar la luz, cosa que hizo. Mi dominio no estaba resultando, pero la dejé pasar. Luego volvió conmigo y desabroché su pantalón, dejándola en ropa interior. Pude ver su lindo trasero en la oscuridad y me invadieron unas ganas enormes de azotarlo, pero antes de que pudiera hacer mi siguiente movimiento, me interrumpió su voz.

- Quiero que me enseñes lo que haces con esa cuerda. - Insistió.
- Te recuerdo que aquí mando yo. Ahora sométete si quieres ver algo, de lo contrario yo tomaré mis cosas y me iré.

Mi dureza con ella la incomodaba, pero se tranquilizó enseguida. Su curiosidad era mayor. Yo me quité la camisa y me lancé sobre ella, besándola apasionadamente. Ese contacto bocal me calentó y una erección empezó a florecer, cosa que ella notó enseguida, ante lo que decidió desabotonar mi pantalón y bajar mi calzoncillo, dejando salir a mi bestia erguida y sedienta de sexo.

- Nada mal, señor. Creo que lo pasaremos bien.
- Guarda tus comentarios para después, perra.

La gota que rebalsó el vaso.

- ¿Cómo me dijiste, imbécil?

Evidentemente no entendió nada de los roles, ni de la sumisión, ni del BDSM. Su infantil feminismo y su falta de comprensión le sugirieron que echarme del departamento era la mejor idea ante ese bochorno, y allí quedé yo, con la calentura a medias y abandonado en pleno centro, sin mucho dinero para volver a mi hogar. Me había perdido el transporte que la organización del concierto me ofrecía por culpa de una mujer que no había satisfecho mis expectativas. Tuve que caminar muchas cuadras hasta poder tomar una micro y volver a mi hogar. Derrotado.

* * *

Dos días después, mientras hacía una clase particular en mi sala del centro cultural donde trabajaba, mi teléfono celular sonó.

- ¿Aló?
- ¿Cómo estás, Fernando? - Dijo una mujer.
- ¿Con quién hablo?
- ¿No recuerdas mi voz? - Mi anónima interlocutora me hizo pensar dos segundos.
- ¿Catalina?
- ¡Exacto! Necesito hablar contigo sobre lo del otro día... espero no estés enojado todavía...
- Alto, estoy haciendo una clase. No sé cómo conseguiste mi número, pero llámame dentro de media hora.

Mi alumno me miró extrañado.

- Mujeres... - Le expliqué.

La clase duró lo que debía durar, y al poco rato de terminarla, suena nuevamente mi teléfono.

- Fernando, te debo una disculpa por mi reacción. La verdad es que no tenía idea de lo que se trataba lo que me proponías, y estuve viendo en internet algunas fotos y videos, y mi curiosidad ha crecido mucho con respecto a la última vez, también mi apertura de mente...
- ¿A qué viene todo esto?
- Sé que te gusta ahorrar tiempo y que te digan las cosas directamente. Vamos a intentarlo nuevamente, mi amo.

¿Tanto podía cambiar una mujer en dos días? Bendito internet. Maldita bipolaridad. Todavía me pesaba el resentimiento por la vergüenza de la última vez, pero pensé en ese culo que vi en ropa interior, y mis pasiones se fueron contra mis rencores.

- Está bien, pero pagarás caro por tu ofensa.
- Ven a mi casa esta noche, te estaré esperando.
- Ni lo sueñes. Yo pongo las reglas, y deberás obedecer. Te enviaré las instrucciones dentro dos horas por correo.
- No tengo internet en mi departamento...
- Por correo normal, revisarás tu buzón.

Las horas pasaron rápidamente. Tal como lo calculé, a las 15:00 en plena Plaza Italia de Santiago, Catalina hacía su noble aparición subiendo los peldaños de estación Baquedano. Yo la observaba desde una ventana en uno de los altos edificios. Iba vestida tal como yo le indiqué, con un vestido que le llegaba a la rodilla, su negro cabello tomado y su rostro completamente descubierto, llevando sólo sus anteojos, de los que dependía para llevar a cabo la tarea que le asigné. Caminó tranquilamente frente al teatro de la Universidad de Chile, y llegó hasta el punto crítico de su tarea. Estaba a punto de pararse sobre el respiradero de las vías subterráneas del metro, cuyo gran agujero está cubierto con una reja por la cual se puede caminar tranquilamente, pero cada vez que un tren pasa, el aire sale por allí desprendido hacia la superficie. Catalina se posó al borde del respiradero, dudando si posarse encima. Un mensaje anónimo llegó a su teléfono móvil diciéndole simplemente "obedece". Para estas ocasiones siempre me es útil tener un segundo teléfono con el número bloqueado, pero su existencia es un secreto. Al leer el mensaje, se sintió impulsada y caminó sobre la metálica reja que colaba el aire de los trenes subterráneos. Su miedo era obvio: al pasar un tren, la ráfaga saliente de aire levantaría su vestido, en pleno centro con cientos de personas transitando. Su intención nunca fue hacer fama por medio de la polémica ni de la imagen, su arte estaba primero y esta situación la incomodaba terriblemente.

Al cabo de quince minutos de estar parada allí en medio, no pasó ningún tren y según mis instrucciones, debía retirarse. En su rostro se vio el alivio reflejado, su miedo fue inmenso pero finalmente pasó su primera prueba. Bajé del edificio donde me encontraba para abordarla. Al encontrarla, noté cierto enojo e impotencia en su rostro. Mi castigo había sido efectivo. Le di un abrazo y le dije:

- Lo has hecho muy bien, mi perra.

Ella guardó silencio. Iba progresando y entendiendo su rol, lo cual me satisfacía. Caminamos un largo rato, conversando y acortando la brecha de nuestras diferencias. La conversación hizo pasar volando nuestra caminata y llegamos a Paseo Bulnes, frente al palacio presidencial, ubicación óptima para hablar de política pero en ese momento mi interés era otro. Avanzamos por el largo paseo peatonal, que en horario de oficina no tenía tanta gente transitando. Sólo me quedaba hacer una cosa para comprobar que Catalina merecía ser mi sumisa, así que cuando estuvimos en un sector más discreto y con menos gente, largué mi mano por debajo de su vestido. Ella saltó de la impresión. Yo aproveché de darle un fuerte agarrón de culo, y comprobé lo que me faltaba.

- Muy bien, perrita. Haz hecho todo exactamente como te dije. Ahora te pondré esto. - Saqué de mi mochila un calzón que tenía una sorpresa incorporada. - No preguntes, lo disfrutarás si haces tal y como te digo.

Se puso el calzón con el juguete que llevaba en su parte interior. Era un pequeño vibrador que se activaba a control remoto, un sistema simple pero ingenioso.

- Lo accionaré cuando me plazca. Será divertido, ¿no crees?
- Sí, mi amo. - Me respondió temerosa, pero entrando en confianza. No parecía haberle desagradado la idea.
- Ahora ve a comprarme unas galletas de soda.

Inmediatamente fue al quiosco más próximo, y cuando entabló el diálogo con el vendedor, mi maldad se hizo presente en su vibrador que a pocos metros accioné. Su impresión se notó enseguida. También su incómodo placer. Pagó sin problemas, pero cuando caminaba hacia mí, la vi a punto de desvanecerse, por lo que desactivé el vibrador y corrí a socorrerla.

- Lo estás haciendo excelente, mi perrita. - Le acaricié el cabello. Pensé que la vería llorar, pero Catalina sabía sorprenderme.
- Esto es increíble, mi amo. Nunca había hecho algo así. Por favor, sigamos.

Fuimos caminando a calle San Diego, donde había muchos vendedores de libros. La mandé a consultar a varios puestos por un libro que no existía, cuyo nombre era muy difícil de recordar. Cada vez que abordaba a un vendedor, el vibrador se hacía sentir. Su rostro enrojecía de vergüenza cuando gemía involuntariamente y no lograba pronunciar el nombre del inexistente texto.

- Qué pena, mi libro no se encuentra por ninguna parte. - Le dije riéndome de su rubor. - ¿Qué te parece si vamos a los juegos Diana?

Un popular centro de diversiones electrónicas nos dio la bienvenida. Probamos las típicas máquinas de videojuegos de baile, donde suelo ser muy bueno (no así en el baile). Ella me respondió que también es muy buena jugando, lo cual comprobé. Compré unas diez fichas y jugamos alegremente durante un par de horas. Era realmente hábil, me ganó casi todas las partidas, pero yo tenía el poder y le daría un desafío adicional. En una pista difícil de jugar accioné su vibrador. Su concentración era sorprendente, pues pudo durar hasta el final de la canción sin perder el control sobre sí, pero miré sus piernas y una gota de sus fluidos comenzaba a deslizarse buscando el suelo. La limpié con un pañuelo desechable y la tomé de la mano, pues era hora de irnos.

- Ahora iremos a tu casa a concluir nuestra tarea. - Le dije.
- Con gusto, mi amo. - Me dijo con mucha emoción. La calentura prometida por un encuentro carnal entre nosotros le había hecho ilusión, sin duda.

Llegamos en veinte minutos a su hogar, que estaba tan ordenado como la última vez que lo visité. Sobre su escritorio pude ver la nota que le envié. Para saciar la curiosidad de mis espectadores, les transcribo el contenido de la misma:

Catalina:

Sólo si sigues al pie de la letra estas instrucciones serás digna de ser mi sumisa. Si no te interesa la idea simplemente ignora lo que ordenaré a continuación:

1. Toma el metro en estación Los Héroes a las 14:45, dirección Los Dominicos.
2. Bájate en Baquedano. Llegarás a la salida a las 15:00 a más tardar.
3. Una vez arriba, dirígete sin demora a la reja del ducto de respiración de los trenes, y espera allí de pie durante quince minutos sin acercar tus manos al vestido.

Es muy simple. Si me fallas, será un adiós para siempre. Espero verte luego de que hayas cumplido.

Fernando.

PD: Casi se me olvida. Debes llevar un vestido corto y no usar ropa interior.Tómate el pelo. Tienes prohibido usar cualquier elemento que cubra tu rostro. Te aseguro que así nos divertiremos más. (Esto no es opcional)

Seguramente ahora entienden mejor la calamidad de sus nervios.

El final de la jornada estaba cerca y había que concluir de la mejor manera. Una vez que comenzamos a besarnos, no volví a apagar el vibrador. Gimió como una loca, su placer era incontenible, pero podía ser mejor porque el vibrador era un juguete práctico, pero torpe con su único nivel de intensidad.

- Ahora prepárate, porque me conocerás. - Le dije amenazante mientras retiraba la ropa de mi cuerpo que ya estorbaba ante nuestra calentura. - Me harás una mamada y más te vale que sea buena.

Mi pene erecto, que anteriormente pudo solamente saludar, se hacía espacio dentro de su boca limpia y armoniosa. Una placentera felación calmó mis ansias por un momento, pero enseguida recuperé mi fuerza y tomé su cabeza, presionándola contra mi pubis. Su garganta aguantó mi miembro completo, pero comenzó a botar lágrimas y mucha saliva. Su maquillaje comenzó a desprenderse de su rostro.

- Te conviene empaparlo muy bien, ya verás por qué.

Me hizo caso, mi pene estaba muy mojado por su saliva.

- Imagino que estás muy limpia, ¿no es así?
- Así es, mi amo. Me ducho dos veces al día.
- Entonces ponte en cuatro patas sobre la cama.

Allí tenía su enorme culo a mi disposición. Ese hechizante trasero que me hizo reconsiderar a Catalina, y que en el fondo, era responsable de esta magnifica experiencia. El vibrador todavía encendido tenía su vagina tan húmeda que cualquier pene podría entrar y salir gloriosamente de ella. Pero el mío no estaba interesado en eso. Ella gemía como una loca por el permanente placer estimulante del vibrador. Yo, con mi pene hecho una roca me acercaba a su trasero. Aparté su calzón suavemente y con la punta de mi pene busqué su ano, al cual entré lentamente mientras ella se sorprendía y gemía por el dolor placentero que invadía su cuerpo.

- Este hoyito ha sido usado antes. Parece que no eres demasiado santa.

Efectivamente, más adelante me enteré que ella disfrutaba mucho del sexo anal. Conmigo no fue la excepción, aunque dice que mi pene fue el más grande que se había introducido por allí. En su cajón guardaba lubricante, que debimos usar en abundancia para seguir jugando tranquilamente. Generalmente no daba permiso a los hombres con penes grandes, para así evitarse el dolor, pero en mi caso no podía negarse. Estaba encantada con lo que le hacía. El placer del vibrador sumado a mi pene caliente dentro de su cuerpo era inconmensurable. Y así estuvimos unos veinte minutos, en una duradera penetración que le dio más orgasmos que ningún otro coito en su vida. Hasta que no aguanté más. Apreté con mis manos sus enormes nalgas para comprimir bien mi rabo que entraba y salía de su agujerito, y la sensación magistralmente placentera del orgasmo recorrió todo mi cuerpo en sus cortos segundos de duración. Eyaculé dentro de su ano. Mi satisfacción era plena, pero su martirio no había terminado. Le quité la ropa interior, la volteé dejándola de espaldas en la cama, y levanté sus piernas, curvándolas, dejándola con el culo apuntando hacia arriba. De pronto esa viscosa materia blanca comenzó a gotear sobre su rostro.

- Te lo debes tragar.

Sin hacer mucho asco, se lo tragó. Se notaba que tenía experiencia. Disfrutaba mucho del sexo, a pesar de sus cortos 29 años.

Pasamos el resto de la tarde tirados en su cama y conversando. Vimos un par de películas y tres horas después volvimos a tener sexo, muy placentero nuevamente. Por la noche, me preguntó:

- ¿Por qué no pasó ningún metro cuando yo estaba parada sobre la reja? Si hubiese pasado, la ráfaga habría levantado mi vestido y se me habría visto todo...
- Jajaja, eres observadora pero muy sorda. Deberías dejar de usar audífonos. Anunciaron en todo momento y durante toda la semana que a las 15:00 habría un acto cultural en estación Baquedano que detendría los trenes por un momento. Ese momento tomó 15 minutos.
- Increíble... ¿o sea que nunca corrí ningún riesgo de mostrar mi entrepierna desnuda a la ciudadanía?

Yo asentí. El deber de un amo dentro del BDSM es cuidar en todo momento a su sumisa del peligro. Por el momento no me quedaba claro si le quedaban ganas de repetir estas experiencias, pero al menos gané una amiga inteligente y agradable.

Mi explicación fue suficiente. Al rato nos dormimos en su cama. Lo que pasó la mañana siguiente ya es otra historia.

miércoles, 4 de abril de 2012

Junto a la cordillera

Escribí este relato hace un par de años, postrado en mi cama, recuperándome de un severo accidente de tránsito que fácilmente pudo haber acabado con mi vida. Enyesado y sin mucho que hacer, la inactividad me propuso relatar mis historias que en ese momento (pensé) podían haber sido las últimas. Procedo a publicarlas por recomendación de una amiga, quien asegura que pueden ser del interés de muchas personas.



Difícilmente en otro momento me hubiera animado a relatarles esta aventura, que procuraré plasmar íntegramente en los próximos párrafos. Cada detalle es de suma importancia y la veracidad de estos hechos todavía me lleva a esbozar una sonrisa cuando los recuerdo, añorando poder revivirlos cuando esté nuevamente en condiciones.

Para que entiendan un poco más, procedo a presentarme. Me llamo Fernando, y estoy aquí para hablarles exclusivamente de mis experiencias con el BDSM. Si no sabes qué es, puedo resumírtelo en una forma de vivir la sexualidad mediante la dominación y la sumisión. La sigla está compuesta por algunas de sus cualidades: Bondage, dominación, sadismo y masoquismo (si quieres aprender más al respecto, en internet hay mucha información y te sugiero que no pierdas más tiempo, porque podrías estar desconociendo una íntima faceta de tu sexualidad que por lo menos a mí, me cambio la vida -y para bien-). En esto, el amo y dominante soy yo.

Los hechos que procedo a relatar sucedieron en diciembre del año 2008. En esa época me encontraba pasando por una buena etapa de mi vida, mi reputación como profesor particular de música me permitía llegar a fin de mes sin ningún apuro y aportando a los gastos comunes del hogar de mis padres, donde todavía residía. Por las noches normalmente utilizaba internet, que por esos años dejaba poco a poco de ser un lujo, y la mayoría de la gente ya conocía los conceptos de chat y correo electrónico, e incluso se conectaban desde sus hogares. Yo regularmente revisaba mi e-mail, puesto que muchos alumnos me contactaban por este medio para hacerme consultas y programar futuras clases.

Un día, al ingresar a mi bandeja de entrada, me encuentro con dos correos de la misma detestable especie: spam, o publicidad no deseada. Ambos anunciaban un sitio web para conocer gente, lo cual en su momento no llamó mi atención. Pero al cabo de unos días, esa molesta publicidad que seguía llegando periódicamente se cambió de vereda, causándome una pizca de curiosidad que sumada a mi ocio, se volvió la razón por la cual ingresé a dicho sitio. De buenas a primeras parecía ser un fraude, con perfiles de gente que usaba fotos de otros para tratar de colar, pero al cabo de un rato y de familiarización pude darle un buen uso. Colgué algunas fotos mías, las típicas donde toco guitarra en un escenario, otras donde estoy en el campo y la más popular, una en que salgo en traje deportivo recibiendo mi medalla de bronce por una competencia de natación. Dicha fotografía con el paso de los días iba recibiendo una que otra adulación, sin ser mi cuerpo el de un modelo o nadador profesional, pero la soledad, la distancia y la falta de competencia en este creciente medio, dotaba a algunas mujeres de la personalidad suficiente para emitir desvergonzadamente sus pícaros comentarios.

Luego de varias conversaciones con señoritas de diversas edades, me topé con Leonor y su inocente "hola guapo". Ella, cercana a cumplir cuarenta años, me llevaba una década de ventaja. Casada, con dos hijas y una particularidad: situación socioeconómica sobresaliente. Vivía en un condominio de los barrios altos de Santiago, cerca de la cordillera, en una casa con un patio donde cabían diez de los míos.

Entre varias conversaciones nos fuimos conociendo virtualmente. Ella me encontraba interesante, yo a ella exquisita. Sus abundantes fotos (producto de su ego) la mostraban con una piel muy bien cuidada, sus leves arrugas eran casi invisibles y lo más fenomenal era su cuerpo, que no demostraba que por allí habían salido dos criaturas, producto del gimnasio que se vanagloriaba de tener en casa, y quizás alguna ayuda del quirófano pagada por su pudiente y sedentario esposo. Su pelo naturalmente rubio y su bronceado semi-artificial la hacían lucir atractiva para cualquier hombre. Según pude enterarme, estudiaba una carrera vespertina al mismo tiempo que se encargaba de la crianza de sus hijas, de cuatro y cinco años. Lo cierto es que su nana le aligeraba bastante el trabajo. Era habitual verla pasar horas conectada a internet, lo cual yo aprovechaba y la abordaba siempre que podía. Fue entre esas conversaciones que zanjábamos confianza y poco a poco se asomaba el sexo entre nuestros temas recurrentes. Hasta que terminamos hablando de nuestras aficiones y llegamos al tema del BDSM, completamente desconocido para ella, que sintió una curiosidad que no tardaría en manifestarme. Cuento corto, programamos un encuentro en su gran casa para dos días después, en que su esposo se iría de viaje. Yo iría supuestamente a hacerle clases de música, pero los dos sabíamos que era mentira, o al menos eso creí en un comienzo. La única función de mi guitarra en ese momento fue esconder dentro de su caja acústica la suave soga que usaríamos más adelante para hacerle conocer de cerca la magia del BDSM.

El día llegó rápidamente, y me encaminé en el largo trayecto entre mi comuna y la suya, con la emoción de poder tener en mis manos a una sumisa tan apetecible. Al mediodía yo ya llegaba al condominio, donde me dejaron entrar luego de dejar mi carné. Al llegar a su casa, luego de caminar varias cuadras, me atendió su nana, una joven morena con cinco años menos que yo, muy bien educada y amable. Llevaba unos pendientes con simbología mapuche en las orejas. Me hizo esperar en el living y mediante un vaso de néctar con hielo calmó la feroz sed de verano que se notaba en mis labios secos.

"La señora dice que suba" fue lo último que me dijo la joven empleada, por lo que subí la escalera de la casa de tres pisos, guitarra al hombro, esperando lo mejor. Y allí estaba ella, en el segundo piso, tan deliciosa como sus fotos decían. Sentada en una máquina de pesas ejercitando sus brazos, empapada en sudor, vestida con traje deportivo.

- ¡Fernando! ¿Cómo estai? Qué bueno que llegaste, mi niño.

Luego de un beso en la mejilla como saludo me hizo esperar allí mismo mientras se duchaba. Fue inevitable imaginarla desnuda refregando su abultado pecho o sus fértiles caderas, por lo que una erección empezó a saludarme en mi intimidad. Mi decepción no fue tal al rato que salió del baño llevando un vestido de primavera, un poco escotado, cuyo límite estaba encima de las rodillas. Claramente quería provocarme, o eso pensé en ese momento.

- Voy a decirle a la Karina que lleve a las niñas al mall, vengo enseguida y empezamos con la sesión.

Leonor llegó al minuto con dos vasos llenos en sus manos, me entregó uno y tomó del suyo. En eso se acerca a mí y me da un abrazo.

- Fuiste muy lindo en venir, mi niño.

Me confesó que dudó en un momento lo que pretendía conmigo, pues nunca le había sido infiel a su esposo, pero no podía esconder sus ganas por aventurarse en mi mundo sexual, desconocido para ella, y la humedad que poco a poco empapaba su calzón la delataba.

- ¡Enséñame lo que viniste a enseñarme, todo lo que me hablaste de tus juegos, cuerdas y esas cosas! - Me dijo en un arrebato de sinceridad.

Su petición fue el puntapié para lo que ambos estábamos esperando, ella con sus dudas ya disipadas. Mi reacción fue inmediata, pues el permiso para encarnar los roles ya estaba dado. La tomé del cuello con mi mano izquierda, sin ser demasiado brusco, y con la derecha le di una bofetada en cada mejilla, las cuales se tornaron rojas por el impacto. Me miró impactada, pero antes que dijera nada le declaré:

- Entonces, soy tu amo. - Cuando se lo dije, sus ojos brillaron. - Y lo primero que harás será pagar tu castigo por haberme hecho esperar, y por el tiempo que hemos perdido. - Aún sujeta del cuello, acerqué su rostro al mío y besé sus labios, que me devolvieron el beso, ante lo que respondí con mordidas juguetonas que le hicieron doler. Luego, me senté en un sofá. - Ahora arrodíllate, perra. Y ven aquí, porque te voy a castigar.

Su impresión se desvanecía a medida que iba entrando en terreno y entendiendo mis normas. Se arrodilló a un lado mío, posando su torso sobre mis piernas, dejando su carnoso y brillante culo apuntando hacia el lado.

- Ahora vas a conocer cómo trabajan mis manos, puta. Tu castigo será de diez nalgadas, pero antes... - Saqué una mordaza y la acomodé en su boca.

Acto seguido, despejé completamente la tela del vestido de sus relucientes nalgas, las cuales procedí a acariciar brevemente, para suavizar su piel, e inmediatamente le azoté con la palma de mi mano, tan fuerte que el impacto se oyó por toda la habitación. Intentó quejarse, pero la mordaza no permitió que gritase. Su nalguita derecha se enrojecía.

- Es sólo la primera, pero tú te lo has buscado.

Con mucha fuerza volví a azotar su trasero, una y otra vez. En sus ojos se asomaban unas tímidas lágrimas. Yo continué con los azotes, que ya tenían su culo completamente rojo de ardor. La marca de mi mano se difuminó entre las marcas posteriores. Hasta que llegó la décima nalgada, y mi fuerte mano pudo descansar.

- Esto es sólo el comienzo. Debo aclararte algo: el BDSM no es un juego, como tú pensaste. Es una forma de vida, y en esta forma de vida yo soy el que da las órdenes y los castigos. Tú eres mi esclava, mi sumisa, mi puta. Cada acto de vacilación de tu parte lo sancionaré con toda mi crueldad, y no intentes desobedecer. ¿Está claro?

Aún amordazada, asintió. Ya no parecía tener miedo, y las lágrimas que caían de sus ojos no representaban el dolor que parecía haber comenzado a disfrutar. Procuré no ser tan duro con ella, porque era su primera sesión. Sus diez años de matrimonio fueron tiempo perdido en el autoconocimiento de su cuerpo y el placer, y lo noté cuando deslicé mis dedos por debajo de su ropa interior y toqué su vulva, húmeda y caliente.

- Algo ha pasado por aquí. Veo que eres más puta de lo que aparentabas. Ahora, desabróchame el pantalón y bájamelo.

Hizo caso inmediatamente, algo temblorosa. Deslizó mi pantalón y mi ropa interior por mis piernas hacia abajo, dejando mi miembro erecto al descubierto. Su impresión era evidente. En sus años de insatisfacción sexual no había visto más penes que el de su esposo, que seguramente se ahogaba en un grasoso pubis, producto de una vida empresarial y sedentaria. El mío no es una maravilla de las proporciones, pero no se queda atrás. Su extensión está dentro de la media, pero su grosor ha sido motivo de admiración de todas mis muchachas. Sumado a mi corta estatura, parecía tener un monstruo entre las piernas, y en materia de penes, las mujeres se dejan decantar por las ilusiones ópticas. Leonor no hubiera sido la excepción a las adulaciones, pero su mordaza le impedía emitir comentarios.

- Eres muy torpe, ¡te dije sólo los pantalones! - Me miró con una mezcla entre miedo y curiosidad. - Ahora tendré que castigarte nuevamente. Eres tan estúpida que sales de un castigo para entrar en otro. Yo no perdono, perra.

Me puse de pie y con ella aún de rodillas, la tomé del pelo, tirándole de éste. Su largo cabello rubio se extendía junto con su cuello y espalda que debían erguirse. Tomé mi pene erecto con mi mano derecha, y lo usé para golpearla con todas mis fuerzas en su mejilla. Evidentemente el dolor no se comparaba al de las nalgadas, pero la humillación se hacía notar en sus ojos llorosos. En ese momento dudé que lo estuviese disfrutando, pero su mirada cómplice y curiosa me pedía más, por lo que mis dudas se disiparon y un segundo golpe se hizo ver en su otra mejilla. Luego, golpeé con mi glande su frente, sus cejas, su nariz y mentón, repetidas veces. Ella cerraba los ojos, lo disfrutaba con un morbo indigno de una primeriza. Con su rostro ya castigado, procedí a quitarle la mordaza.

- Tu castigo no ha terminado. - Le dije. - Dime quién manda.
- Tú mandas. - Respondió inmediatamente. Con mi pene la azoté nuevamente en señal de castigo.
- ¡No me tutees!
- Usted manda... - Otro golpe la sorprendió.
- ¡Debes dirigirte a mi como tu amo!
- Usted manda... mi amo. - Un último golpe le llegó en la cara.
- ¡No dudes!
- ¡Usted manda, mi amo!
- Así está mejor, puta. Ahora abre tu boca.

Me hizo caso inmediatamente, con cierta ansia, por lo que procedí a introducirle mi pene, rojo por haber sido usado como herramienta de castigo. Ella dulcemente comenzó a chuparlo, y a pasear su lengua por toda la extensión de mi miembro.

- Eso no es lo que te dije que hicieras. Debes limitarte a hacer lo que yo digo, y te evitarás los castigos.

Tomé su cabeza con mis dos manos, e introduje con fuerza mi pene lo más adentro de su boca que me fue posible. Intentó zafarse, el impacto fue duro para ella. Su esposo jamás la había forzado a algo así. Antes de que el reflejo del vómito llegase, la separé de mí. Sus ojos lloraban, y su boca botaba mucha saliva.

- Tu garganta es sorprendente. - Le dije. - Para ser tu primera vez, has resistido mucho. Otras muchachas en tu lugar habrían vomitado enseguida.

Enrojeció por mi comentario, que pese a lo grotesco, la animó. Enseguida volví a introducirle mi pene en su pequeña y tortuosa boca.

- Ahora prepárate.

Tomada de la cabeza, comencé a mover mi pene hacia adentro y hacia afuera, como si de un coito se tratase. Su garganta emitía sonidos de queja y sus ojos seguían lagrimeando. Cada vez botaba más saliva. Su rostro demacrado me suplicaba que fuera más suave. Estaba tan caliente que sentí que si seguía así por un minuto más, acabaría en su boca, y yo no quería eso, por lo que la solté. Tomó una bocanada de aire y se secó las lágrimas con el antebrazo. En el suelo, con las piernas hacia un lado y su vestido aún recogido, pude ver lo húmeda que estaba, aún agitada al respirar. Me agaché a su altura y la abracé.

- Lo estás haciendo muy bien, Leonor. Sigue así y tendrás tu premio.

En sus ojos aún llorosos y suplicantes, vi que se merecía un descanso. Así que le ordené:

- Baja a la cocina y tráeme un vaso de agua con dos hielos. ¡No te demores!
- Sí, mi amo.

Mientras hacía caso, yo aproveché y saqué la cuerda de la caja acústica de mi guitarra. Una cuerda de siete metros, hecha de algodón. Mi compañera de aventuras. Mientras la desenrrollaba, Leonor llegó con el vaso que le pedí.

- Buena chica. Quédate de pie. - Tomé un poco de agua, y tomé los hielos con mis dedos, para luego introducírselos en el sujetador, uno en cada teta. Sus pezones comenzaban a erguirse de frío. - Tienes unos senos hermosos, que ahora me pertenecen.

Su voluminoso pecho ahora lucía a través de la ropa dos hielos que poco a poco se volvían agua, y dos pezones del tamaño de dos grandes almendras.

- Esas tetas no son naturales. Seguro tu esposo desembolsó dinero para agrandártelas y calentarse. - Le dije convencido.
- Mi amo, son naturales.

No me lo creía. Eran muy redondas. Las toqué y apenas mi mano las cubría. A decir verdad, nunca había tocado una teta con silicona, pero éstas eran de carne. No entendía cómo pude ser tan descuidado. Eran suaves y cálidas. Su gran tamaño y el contacto con mi mano volvió a levantar mi pene de su breve letargo.

- Mira lo que has hecho, puta. - Le froté mi pene en su vestida pero húmeda entrepierna. Decidí que ya llevaba mucho tiempo vestida, por lo que le quité el vestido, dejándola sólo en ropa interior. Leonor sabía provocar. Su abdomen suavemente marcado, su cuerpo de veinteañera y su gran dotación carnal me calentó tanto que temí perder mi rol dominante por un momento, pero para mantener la compostura hay que estar concentrado, y mi concentración en el rubro llevaba algunos años de práctica. Le retiré el sostén, dejando descubiertas sus dos grandes tetas, y procedí a chupar sus pezones. Ella gemía dulcemente mientras yo disfrutaba de esta mina de oro sexual, frotándome la cara entre sus senos, pellizcando sus pezones y acariciando mi pene, deseoso de entrar en combate. - Arrodíllate.

Me hizo caso enseguida, y le escupí entre los senos. Puse mi pene, erguido y duro como una roca. Le tomé las tetas y empecé a hacerme una rusa con ellas. Eran tan grandes que mi pene se perdía al compás del movimiento, y salía a saludar, chocando con su collar de oro. La calentura se notaba en el calor de nuestros cuerpos. Pero yo había venido a enseñarle, y no podía irme sin haberle enseñado a permanecer atada.

- ¡Párate! - Le ordené. Tomé la soga que había sacado de su escondite, y la deje reposar en su cuello, con ambos extremos bajando por la parte frontal de su hermoso cuerpo. Comencé a trabajar con tres nudos a la altura de su torso, para luego hacer cruzar la soga por su entrepierna, aún con el húmedo calzón, y finalmente até los nudos finales alrededor de sus tetas y espalda. Mi obra de arte estaba lista, y ella contemplaba su cuerpo frente al espejo como nunca antes. Estar atada con un nudo shibari la emocionó mucho. Sus extremidades estaban libres. Sus tetas se realzaban entre la soga que las presionaba. Realmente se veía hermosa. - Ahora que estás lista, camina hacia la escalera.

Me hizo caso, pero enseguida notó algo especial. Mi trampa estaba activada. El roce de la soga con su vulva y clítoris, a través de la ropa interior, provocaban en ella pequeñas ráfagas de placer por cada paso que avanzaba. Al llegar a la escalera le ordené subir hacia el tercer piso. Estos pasos la calentaron aún más. Noté su expresión a punto del orgasmo. Yo la llevaba sujeta de la cintura, por si perdía la fuerza. Esos gemidos eran sinceros, estaba disfrutando algo nuevo. Al llegar al último peldaño, la hice sentarse. La fricción hizo de las suyas, y dejo salir de su garganta un gemido muy fuerte. Había tenido su primer orgasmo.

Con el rostro lleno de risa se tendió en el suelo, con sus piernas desnudas colgando por los peldaños. Yo ahí, con mi pene duro y deseoso de acción, me lancé sobre ella. Con mi cuerpo pegado al suyo y el morbo a mil, le susurré unas palabras:

- Esto se termina cuando yo decido que termine.

Acto seguido, rompí su calzoncito, empapado y apretado por las cuerdas, y su flameante vagina quedó al descubierto. No hizo falta mayor prefacio, mi pene era bienvenido en sus entrañas. Entré fácilmente en su cuerpo, al tiempo que ella gemía como si le hubieran vuelto las energías. Su humedad y calentura me quemaba el pene erecto y deseoso de continuar. Empecé a mover mi pelvis, ella no dejaba de gemir. Sus enormes tetas desparramadas sobre su pecho también bailaban al compás de nuestra acción carnal. Se las azoté mientras la penetraba, dejándole una con un costado rojo. Le dolía, pero lo disfrutaba. La tomé del cuello suavemente, como si fuera a extrangularla lentamente, y eso la calentaba más. No opuso resistencia a mis vejaciones. De a poco fui sacando a la luz una pasión oculta en una mujer desaprovechada e insatisfecha sexualmente. Una mujer con dinero pero sin felicidad; acostumbrada a dar órdenes, pero que hoy se volvía mi sumisa. En gratitud le respondí con los mejores orgasmos de su vida. Ella habrá acabado unas cinco veces esa tarde, yo sólo una. Mi eyaculación fue tan cruel como mis azotes: retiré mi pene de su agujero y aprovechando su posición de desventaja en el sillón de la casa (cambiamos de ubicación varias veces) le abrí el párpado del ojo izquiedo con mi mano izquierda, mientras que con la derecha meneaba los movimientos sobre el tronco que me hicieron concluir mi orgasmo, apuntando directo a su pupila, la cual enrojeció al contacto con mi semen. Amo esta cerdería. Con su ojo irritado y sus pestañas salpicadas la llevé al baño. Le retiré las sogas y la hice lavarme, luego la dejé sola para que se duchase tranquila. Había cumplido bien sus tareas y soy un amo bondadoso.

Salió del baño desnuda. Su cuerpo todavía se mostraba enrojecido por los golpes, pero no dejé ninguna herida en su cuerpo. Las marcas permanentes van contra mis normas. Fuimos a la cocina a servirnos una deliciosa once. En su refrigerador había productos que jamás había probado, y seguramente no probaría en otra parte. Karina, su empleada, junto con las niñas, llegó un par de horas después cargando bolsas con juguetes nuevos. Nosotros reíamos alegremente en la mesa, mientras conversábamos de nuestras vidas, como en una conversación cualquiera por el sitio web que nos presentó, pero esta vez en directo, y con una sensación de victoria que me llevaría a la tumba.

Y así fue mi primera aventura con Leonor, esta ardiente mujer que tal como yo, por curiosidad había descubierto sus pasiones ocultas dedicadas al BDSM, gracias a otra persona con un poco más de experiencia en la materia. Había ganado una amiga y una sumisa. Más adelante vendrían nuevas aventuras con ella, algunas con características muy interesantes, como una inesperada intervención de su vecina, o un día en que su sirvienta nos descubrió in fraganti. Pero son otras historias, que relataré en su debido momento. Por ahora me limitaré a dejarme llevar por el recuerdo.