domingo, 15 de abril de 2012

El mastín

Marzo de 2009.

¿Recuerdan a Leonor, esa guapa mujer de barrio alto con quien intimé hace unos meses? Llevamos ya un tiempo en una estable relación de amo y sumisa. Hemos tenido cinco sesiones en su hogar hasta la fecha. La última fue sin duda la más interesante para relatarles.

Me desperté en su cama, desnudo. Su esposo de viaje con las niñas y su sirvienta de vacaciones. Teníamos casi libertad absoluta de hacer lo que quisiéramos. Ella, sin más ropa que yo, atada de manos y pies a los extremos de la cama, yacía dormida profundamente, boca arriba, emitiendo pequeños y femeninos ronquidos. Estaba agotada, ya que anoche habíamos tenido relaciones muy agresivas y agotadoras.

Por la falta de peligro me podía dar la licencia de dejarle algunas marcas en el cuerpo. Su cuello tenía muchos moretones producto de mis mordidas y besos, también su proporcionado trasero. Verla así me excitaba, lo cual erguía de alegría a mi pene. Pensé en jugarle una broma, así que me aproximé silenciosamente por encima y llegué a su cabeza. Aproveché la apertura de su boca para allí introducirle mi miembro erecto. Se despertó enseguida, cuando sintió que mi glande besaba su garganta. Insistí y me quedé unos diez segundos más presionando con fuerza hacia adentro. Estaba impresionada, respirando agitada una vez que retiré mi pene de sus profundidades orales. Inmediatamente le di unos golpecitos con mi pene en su cabeza, dándole un cariñoso saludo de buenos días.

- Buenos días, mi amo. - Me dijo somnolienta. Yo me aproximé a besarla en los labios. Estos juegos pervertidos ya no le extrañaban en lo absoluto. El poco tiempo que llevábamos había sido intenso y lleno de aprendizaje para ella, que deseaba ponerse al día con sus años perdidos.
- Hoy desperté con mucha energía, vamos a hacer muchas cosas divertidas. Pero por ahora te quedarás donde estás.
- Como desee, mi amo.

Bajé al primer piso en busca de algo para comer, volví al cuarto con dos sándwiches y una botella de un litro de agua mineral. Ella seguía ahí, atada a la cama, y me miraba con una sonrisa mientras me acercaba con la comida. Aflojé un poco los nudos y sin desatarse, ella pudo sentarse en la cama, así que procedí a alimentarla. Ella comía del sándwich que le traje.

- Mi amo es el más bondadoso, no existe en otra parte uno que iguale sus modales y su preocupación. - Me dijo.
- Calla, está demás lo que dices. - Le respondí. Una vez que terminó de comer, abrí la botella de agua mineral. - Ahora viene lo interesante. Abre tu boca.

Me hizo caso, y procedí a darle agua, y con suavidad introduje la boca de la botella en la suya, y la mantuve así, forzada a tragar.

- Deberás tomar esta botella completa. Y pobre de ti si escupes o devuelves agua, porque bajaré a buscar otra y deberás comenzar desde el principio.

Acto seguido, ella tragaba más y más agua. Cuando iba por la mitad de la botella se notaba su completo desagrado por la situación, pero yo me mantuve firme. Ella temblaba levemente porque ya le costaba trabajo tragar, y en un acto de presión, hice fuerza sobre la botella que se introdujo un poco más adentro de su boca. En reflejo ella escupió. Mi juego funcionaba.

- Eres muy torpe, Leonor. Has botado agua cuando ya ibas a más de la mitad, así que deberás comenzar de nuevo. - Inmediatamente bajé y volví con una botella nueva. - Espero que esta vez seas más cuidadosa.
- Lo seré, mi amo. - Me dijo. Volvió a abrir su boca y repetimos la operación. En ese momento se encontraba haciendo un gran esfuerzo mental, pues a pesar de no tener más espacio, seguía tragando, hasta que el litro de la botella desapareció en sus interiores. - Buena chica, has recuperado tu libertad.

Solté sus amarras e inmediatamente se tendió a acariciar su vientre, un poco abultado por la gran cantidad de agua que almacenaba. Su hinchazón fue motivo de mi burla.

- Veo que has subido un poco de peso... pero no te desanimes, vamos a remediarlo enseguida. Ponte un traje deportivo, saldremos a trotar por este bello lugar.

En cinco minutos la tenía frente a mí con su apretado pantalón, sus zapatillas, una polera corta y un gorro que la protegía del sol. Yo con pantalón deportivo, zapatillas y camiseta, di el paso siguiente:

- Tendrás que usar tu collar.

En el tiempo que llevábamos, habíamos comprado diversos objetos para darnos variedad y más placer en nuestras sesiones. El collar que teníamos era de cuero. Se lo puse sin cadena, la cual guardé en mi bolsillo, y enseguida salimos de la casa, para elongar durante unos minutos y comenzar a trotar por su adinerado condominio. El sector era muy grande, las casas tenían enormes patios llenos de vegetación. Costaba diferenciar el límite entre una propiedad y otra, lo cual a veces sólo podía deducirse por el uniforme de los empleados domésticos que limpiaban el césped y regaban las plantas.

Anteriormente habíamos salido a trotar en un par de ocasiones, con mucho menos éxito, ya que cada vez que la miraba en acción y veía sus grandes pechos en movimiento, o su trasero al ritmo de sus pasos, mi miembro me tendía una trampa y se erectaba, lo cual era molesto y revelador. Yo debía detenerme hasta calmar a mi apasionado pene, para poder seguir sin ser vetado del condominio. Esta vez me había decidido a no mirarla, tarea difícil para un amante lujurioso y que se decanta con un bello cuerpo.

Llevábamos media hora de ejercicio cuando me dirigió su temblorosa palabra:

- Mi amo, tengo ganas orinar, debo devolverme al baño.
- Alto ahí, Leonor. No necesitas volver al baño de tu hogar en este momento. Aguántate un poco.
- Como diga, mi amo.

Su aguante duró poco. El litro y medio que había tomado había hecho agilizar a su organismo y en cinco minutos insistió:

- Mi amo, es urgente, debo ir a orinar.
- Muy bien, no quiero que lo hagas en tu pantalón, pero tampoco lo harás en tu baño. - Miré que no hubiera nadie cerca y le puse la cadena a su collar. - Sígueme.

Entramos ágilmente al gran patio de uno de los vecinos del condominio. Un selvático jardín lleno de plantas y árboles que no había visto en mi vida, además de un estanque artificial y hectáreas de césped. Un lujo innecesario al cual daríamos uso, aprovechando que a esa hora no había empleados por allí. Entramos entre unos matorrales, un pequeño bosque que nos servía de escondite. Leonor no aguantaba más, lo vi en su cara, así que le dije:

- Ahora baja tus pantalones, ponte en cuclillas y haz lo que debes hacer.
- Mi amo, jamás he orinado así...
- Ahora lo harás, y más te vale que no demores porque peor sería si te descubren.

Su aguante la forzaba a obedecerme. Yo la tenía tomada de la cadena del collar, mientras la veía bajar sus pantalones deportivos. En cuclillas la veía temblar. Estaba muy nerviosa, así que me acerqué a calmarla.

- No debes temer, sólo hazlo. No hay nadie por aquí. - Le dije, mientras tomé su mano en un gesto de cariño y comprensión. Sus nervios de a poco desaparecieron y las primeras gotas de orina regaron la limpia tierra de esa propiedad privada que estábamos invadiendo. Se decidió y botó todo el líquido que le quedaba. No era poco, por lo que sintió su vientre extraño al terminar. Yo la abracé. - Lo hiciste muy bien, veo que has recuperado tu forma. Verte así me calienta mucho, y deberás hacerte cargo.

La puse de pie, y con la cadena del collar amarré sus muñecas a la parte alta de uno de los árboles, al cual debí trepar para concretar mi obra. Mientras lo hacía me miraba con sus inocentes y curiosos ojos verdes, preparándose para algo que a ambos nos gustaba como conclusión de una aventura: el placer carnal. Ella estaba de pie, sin sus pantalones, exhibiendo su afeitado pubis, estirada con los brazos atados hacia arriba, y sus enormes tetas erguidas por debajo del género de su corta polera. Pude ver un brillo que recorría sus piernas, y comprobé con mis dedos en su vulva que era su humedad, la que revelaba las ganas de hacerlo en un sitio como ése. Seguramente tampoco su esposo le había dado el placer de hacerlo a escondidas, procurando no ser vistos por otra persona, menos en propiedad ajena.

- No debes gritar. Si gritas, es nuestro fin. - Fue mi última orden, seguida de un beso en los labios que precedía mis manoseos por todo su escultural y estirado cuerpo.

Sus tetas tan levantadas por la tensión en los brazos me calentaban mucho. Levanté su corta polera y allí estaban, saltonas y relucientes como de costumbre. Empecé a mamar su seno izquierdo y al contacto con mi lengua y mi saliva su pezón se endureció, a lo que respondí con suaves mordidas. Enseguida le apreté un poco más con mis dientes. Casi da un pequeño grito, pero estaba muy concentrada en no fallar a mi instrucción.

- Lo haces muy bien. Sigue así. - Le dije. - No quiero que te lastimes, así que tómate con tus manos de las cadenas, para no dañar tus muñecas. Ahora levanta tus piernas, como si se tratase de una clase de gimnasia.

Me hizo caso. Colgó de la cadena que yo había atado en la parte superior del árbol. Su trabajo aeróbico constante en el gimnasio que tenía en casa le había dado unos fuertes bíceps, lo suficiente para aguantar mientras yo bajaba mis pantalones y le daba libertad a mi asfixiado pene erecto, con su tronco venoso y ansioso por volver a degustar de esta mujer, más con todo el morbo que causa estar en un lugar prohibido haciendo algo prohibido. No me significó ninguna dificultad tomarla de las piernas y darle un descanso apoyada sobre mi cuerpo, con las piernas abiertas. Tampoco fue difícil introducirle mi pene erecto, que se deslizaba alegremente hacia el interior de su húmeda y caliente vagina. De verdad estaba muy duro, cosa que como de costumbre ella noto. Su gemido fue inevitable, estaba tan caliente que su lubricante natural mojaba mi pubis, espesándose ante el constante golpe de nuestros cuerpos. La tenía sujeta de las caderas, apretando fuertemente sus nalgas. Así estuvimos hasta que nació el primer orgasmo. Cada vez gemía más, lo que en ese momento no me preocupaba, tampoco las hojas secas que aplastábamos en el suelo, ya que estábamos muy concentrados haciendo nuestro arte. El contacto de sus tetas con mi pecho me excitaba de sobremanera. Era un gusto que disfrutaba cada vez que lo hacíamos, y que nunca dejaría de gustarme.

Cambiamos de posición. La dejé poner los pies en el suelo, sin desatar su cadena de las manos. Me llevé su pierna derecha al hombro, su elongación era perfecta. Le introduje nuevamente mi pene en su hambriento paraíso y retomamos nuestros movimientos pélvicos, al ritmo que dictaba nuestro salvajismo. Ese brillante placer se prolongaría por quince minutos más de coito ininterrumpido, hasta que el flechazo eléctrico del orgasmo llegó a mis sensaciones. Mi calentura era tal que eyaculé abundantemente dentro de su cuerpo, y al retirar mi pene éste seguía firme disparando pequeñas pero intensas ráfagas de semen. Éste le salpicó en los senos y en el abdomen. Lo disfruté tanto que me hubiera gustado tener su capacidad multiorgásmica para seguir jugando allí, pero lo cierto es que no podíamos estar tanto tiempo invadiendo un patio desconocido.

Tarde o temprano podría alguien descubrirnos, por lo que procedí a desatar su cadena. Cuando me encontraba arriba del árbol escuchamos los ladridos de un perro. Pude ver una expresión de espanto que atravesó el rostro de Leonor. Sin vacilar salté del árbol, tomé su ropa y la ayudé rápidamente a vestirse, luego tomé a Leonor de la mano y corrimos. Nuestras prácticas atléticas y la adrenalina nos permitieron huir rápidamente del lugar. Al salir del terreno de ese desconocido vecino volvimos a escuchar los ladridos del perro. Miramos hacia adentro y allí estaba: un enorme mastín que a lo lejos se veía jugando solo con unos desafortunados juguetes para perro. Nos asustamos en vano, seguramente, pero si ese perro nos hubiese pillado los pies, hubiera sido nuestra última aventura. Llevé de la mano a Leonor de vuelta a su casa (que por ese tiempo era nuestra), y nos quedamos regaloneando durante la tarde, luego de ducharnos juntos para sacarnos el sudor, la tierra y los fluidos corporales que se nos habían adherido a la piel. Una vez en el sillón, la llené de arrumacos y besos, pues honestamente, cada vez me sentía más atraído por esa mujer. Fue descuidado de mi parte haberla expuesto a ese peligro, lo lamenté mucho en mis pensamientos. Ella no me lo recriminó, incluso parecía haberlo disfrutado. Su vida carecía absolutamente de acción y diversión, y al parecer yo la estaba llevando por una senda hasta ahora desconocida. En sus casi cuarenta años, por primera vez parecía estar viviendo las locuras de la juventud. Pero de pronto recordé...

- ¡Mierda! ¡La cadena! Se quedó tirada junto al árbol...
- Vaya, qué pena, pero no te preocupes, puedo comprar unas cuantas. - Me respondió.
- Es verdad, pero me hubiese gustado conservarla, es nuestra primera cadena.
- Descuida, mi niño, es sólo un objeto. Puede reemplazarse.

Sus palabras fueron suficiente tranquilidad durante la media hora que estuvimos viendo televisión abrazados. Al cabo de ese rato, tocaron el timbre. Leonor fue a abrir la puerta para ver quién era. Pude ver a una mujer morena y joven, alta de estatura.

- Vecina, hoy dejó esto en mi jardín.

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