domingo, 8 de abril de 2012

La cantante

Es de mi consideración proteger la identidad de una colega cuando hablo de ella en uno de mis relatos, pero la particularidad del siguiente que les contaré me lleva a saltarme algunas normas de cortesía y sólo me limitaré a proteger su nombre, sólo porque en estos días ha estado gozando un éxito en ascenso y ya cuenta con una canción sonando en las radios, lo cual me alegra enormemente. La llamaremos Catalina. Una joven y talentosa cantante, originaria del norte de Chile, cuya curiosidad gatuna la condenó a la esclavitud.

Conocí a Catalina, como a muchas otras personas, compartiendo escenario en un concierto. Yo arriba, ella abajo, y luego al revés. Me sorprendió su prístina voz de contralto, y nuestro diálogo se gestó con bastante naturalidad. Un diálogo normal, adulaciones musicales varias. Ella en la oscuridad no me pareció demasiado guapa, pero siempre he sentido una atracción especial hacia aquellas mujeres que ejercen la misma profesión que yo. De cara no era tan agraciada, tampoco era fea, usaba anteojos y su expresión era siempre atenta y observadora. De cintura era delgada, con senos pequeños, pero a cambio unas caderas anchas y un trasero sobresaliente, sólo para amantes de la abundancia. De estatura era pequeñita, no llegaba al metro sesenta, lo cual me aventajaba porque yo no sobresalgo por mi altura. Noté que tenía leves problemas para escucharme mientras que yo la oía sin dificultad, seguramente era aficionada a escuchar música por audífonos. Entre la larga conversación me hizo una pregunta que cambiaría completamente el curso de nuestro diálogo:

- ¿Qué es lo que llevas dentro de tu guitarra? Vi asomarse algo así como un cable, o una cuerda...

Mi respuesta no fue inmediata. La pregunta me impresionó, porque nunca alguien se había fijado en lo que escondía la caja acústica de mi guitarra. Nunca me había significado una preocupación antes de subir a escena. Notó mi impresión y antes de responderle se rió y me dijo:

- Perdona mi intromisión, soy muy fijona. Puedes contármelo, no es problema.
- Es una cuerda. - Le dije.
- Interesante, ¿y qué hace una cuerda dentro de una guitarra? Definitivamente su grosor no va con el encordado de una guitarra corriente, más parecía una cuerda para atar un barco.
- Tampoco exageres... es una cuerda para atar personas. - Mi respuesta para cualquier otra mujer pudo significar motivo de peligro y alejarse de mí, pero para Catalina fue diferente.
- Atar personas... eso suena a sadomasoquismo. ¿Eres sado con tu polola?
- Estoy soltero. Podríamos decir que en mis relaciones soy el dominante.
- ¿Podríamos? No me cabe duda, no todo el mundo anda escondiendo una soga en sus herramientas de trabajo. Cuéntame más, ¿cómo atas a tus parejas?
- Si te lo cuento perdería la gracia, tendrás que comprobarlo.

Mi actitud descolocó un poco su determinación. Mi mirada quizás la intimidó, pero no parecía acobardarse.

- Vamos a mi habitación, vivo a pocas cuadras de aquí. - Me dijo, sorprendiéndome de vuelta.

Caminamos, cada uno con su instrumento al hombro. En su céntrico barrio la iluminación y la vida nocturna abundaban. Llegamos a un pequeño edificio donde tenía su departamento. Me llevó de la mano por las escaleras hasta el cuarto piso y entramos. Su habitación estaba ordenada, a pesar de que vivía sola. Sus buenos hábitos de limpieza saltaban a la vista, lo único que desentonaba era un reproductor de música portátil sobre su escritorio, junto a sus audífonos. Mi sospecha era correcta, seguramente lo dejó allí antes de salir, porque de poco le sirve llevarlo a un concierto.

- Espérame aquí. - Dijo mientras caminaba hacia el baño. Me quedé sentado en su cama, en la única habitación. Aparte, su departamento tenía un armario y una cocina. Era modesto y pequeño, pero suficiente para una persona solitaria.

Cuando regresó, no noté ningún cambio en ella. Me lo explicó enseguida:

- Perdona, pero estaba que me hacía. - Dijo con su rostro lleno de risa. - Ahora vamos a lo que nos convoca, señor dominante. Enséñame qué es lo que haces con tu cuerda.
- Un momento, Catalina. Debes entender antes lo que son los roles dentro del BDSM. Aquí soy yo quien pone las reglas, y antes de cualquier acción con mis sumisas, ésta debe estar previamente...
- ¿Perdón? ¿Dijiste "sumisa"?
- Así es... mi rol es el de amo, y si quieres participar, tú serás la sumisa.
- Tu jueguito es aberrantemente machista, Fernando. ¿Estás bromeando, verdad?
- Esto no es ninguna broma. ¿Quieres aprender? Entonces me haces caso.
- Está bien... dime qué se te ofrece.
- De pie.

Se puso de pie. Yo sentado en la cama procedí a desabrochar su camisa. Ahí estaba su delgado vientre y sus pequeños pechos, tapados con un sujetador de tela blanca. Se apresuró a decir "apagaré la luz", pero yo le tomé el brazo y no permití que se moviera. Bruscamente la traje hacia mí y besé sus labios, lo cual pareció gustarle, pero estaba decidida a apagar la luz, cosa que hizo. Mi dominio no estaba resultando, pero la dejé pasar. Luego volvió conmigo y desabroché su pantalón, dejándola en ropa interior. Pude ver su lindo trasero en la oscuridad y me invadieron unas ganas enormes de azotarlo, pero antes de que pudiera hacer mi siguiente movimiento, me interrumpió su voz.

- Quiero que me enseñes lo que haces con esa cuerda. - Insistió.
- Te recuerdo que aquí mando yo. Ahora sométete si quieres ver algo, de lo contrario yo tomaré mis cosas y me iré.

Mi dureza con ella la incomodaba, pero se tranquilizó enseguida. Su curiosidad era mayor. Yo me quité la camisa y me lancé sobre ella, besándola apasionadamente. Ese contacto bocal me calentó y una erección empezó a florecer, cosa que ella notó enseguida, ante lo que decidió desabotonar mi pantalón y bajar mi calzoncillo, dejando salir a mi bestia erguida y sedienta de sexo.

- Nada mal, señor. Creo que lo pasaremos bien.
- Guarda tus comentarios para después, perra.

La gota que rebalsó el vaso.

- ¿Cómo me dijiste, imbécil?

Evidentemente no entendió nada de los roles, ni de la sumisión, ni del BDSM. Su infantil feminismo y su falta de comprensión le sugirieron que echarme del departamento era la mejor idea ante ese bochorno, y allí quedé yo, con la calentura a medias y abandonado en pleno centro, sin mucho dinero para volver a mi hogar. Me había perdido el transporte que la organización del concierto me ofrecía por culpa de una mujer que no había satisfecho mis expectativas. Tuve que caminar muchas cuadras hasta poder tomar una micro y volver a mi hogar. Derrotado.

* * *

Dos días después, mientras hacía una clase particular en mi sala del centro cultural donde trabajaba, mi teléfono celular sonó.

- ¿Aló?
- ¿Cómo estás, Fernando? - Dijo una mujer.
- ¿Con quién hablo?
- ¿No recuerdas mi voz? - Mi anónima interlocutora me hizo pensar dos segundos.
- ¿Catalina?
- ¡Exacto! Necesito hablar contigo sobre lo del otro día... espero no estés enojado todavía...
- Alto, estoy haciendo una clase. No sé cómo conseguiste mi número, pero llámame dentro de media hora.

Mi alumno me miró extrañado.

- Mujeres... - Le expliqué.

La clase duró lo que debía durar, y al poco rato de terminarla, suena nuevamente mi teléfono.

- Fernando, te debo una disculpa por mi reacción. La verdad es que no tenía idea de lo que se trataba lo que me proponías, y estuve viendo en internet algunas fotos y videos, y mi curiosidad ha crecido mucho con respecto a la última vez, también mi apertura de mente...
- ¿A qué viene todo esto?
- Sé que te gusta ahorrar tiempo y que te digan las cosas directamente. Vamos a intentarlo nuevamente, mi amo.

¿Tanto podía cambiar una mujer en dos días? Bendito internet. Maldita bipolaridad. Todavía me pesaba el resentimiento por la vergüenza de la última vez, pero pensé en ese culo que vi en ropa interior, y mis pasiones se fueron contra mis rencores.

- Está bien, pero pagarás caro por tu ofensa.
- Ven a mi casa esta noche, te estaré esperando.
- Ni lo sueñes. Yo pongo las reglas, y deberás obedecer. Te enviaré las instrucciones dentro dos horas por correo.
- No tengo internet en mi departamento...
- Por correo normal, revisarás tu buzón.

Las horas pasaron rápidamente. Tal como lo calculé, a las 15:00 en plena Plaza Italia de Santiago, Catalina hacía su noble aparición subiendo los peldaños de estación Baquedano. Yo la observaba desde una ventana en uno de los altos edificios. Iba vestida tal como yo le indiqué, con un vestido que le llegaba a la rodilla, su negro cabello tomado y su rostro completamente descubierto, llevando sólo sus anteojos, de los que dependía para llevar a cabo la tarea que le asigné. Caminó tranquilamente frente al teatro de la Universidad de Chile, y llegó hasta el punto crítico de su tarea. Estaba a punto de pararse sobre el respiradero de las vías subterráneas del metro, cuyo gran agujero está cubierto con una reja por la cual se puede caminar tranquilamente, pero cada vez que un tren pasa, el aire sale por allí desprendido hacia la superficie. Catalina se posó al borde del respiradero, dudando si posarse encima. Un mensaje anónimo llegó a su teléfono móvil diciéndole simplemente "obedece". Para estas ocasiones siempre me es útil tener un segundo teléfono con el número bloqueado, pero su existencia es un secreto. Al leer el mensaje, se sintió impulsada y caminó sobre la metálica reja que colaba el aire de los trenes subterráneos. Su miedo era obvio: al pasar un tren, la ráfaga saliente de aire levantaría su vestido, en pleno centro con cientos de personas transitando. Su intención nunca fue hacer fama por medio de la polémica ni de la imagen, su arte estaba primero y esta situación la incomodaba terriblemente.

Al cabo de quince minutos de estar parada allí en medio, no pasó ningún tren y según mis instrucciones, debía retirarse. En su rostro se vio el alivio reflejado, su miedo fue inmenso pero finalmente pasó su primera prueba. Bajé del edificio donde me encontraba para abordarla. Al encontrarla, noté cierto enojo e impotencia en su rostro. Mi castigo había sido efectivo. Le di un abrazo y le dije:

- Lo has hecho muy bien, mi perra.

Ella guardó silencio. Iba progresando y entendiendo su rol, lo cual me satisfacía. Caminamos un largo rato, conversando y acortando la brecha de nuestras diferencias. La conversación hizo pasar volando nuestra caminata y llegamos a Paseo Bulnes, frente al palacio presidencial, ubicación óptima para hablar de política pero en ese momento mi interés era otro. Avanzamos por el largo paseo peatonal, que en horario de oficina no tenía tanta gente transitando. Sólo me quedaba hacer una cosa para comprobar que Catalina merecía ser mi sumisa, así que cuando estuvimos en un sector más discreto y con menos gente, largué mi mano por debajo de su vestido. Ella saltó de la impresión. Yo aproveché de darle un fuerte agarrón de culo, y comprobé lo que me faltaba.

- Muy bien, perrita. Haz hecho todo exactamente como te dije. Ahora te pondré esto. - Saqué de mi mochila un calzón que tenía una sorpresa incorporada. - No preguntes, lo disfrutarás si haces tal y como te digo.

Se puso el calzón con el juguete que llevaba en su parte interior. Era un pequeño vibrador que se activaba a control remoto, un sistema simple pero ingenioso.

- Lo accionaré cuando me plazca. Será divertido, ¿no crees?
- Sí, mi amo. - Me respondió temerosa, pero entrando en confianza. No parecía haberle desagradado la idea.
- Ahora ve a comprarme unas galletas de soda.

Inmediatamente fue al quiosco más próximo, y cuando entabló el diálogo con el vendedor, mi maldad se hizo presente en su vibrador que a pocos metros accioné. Su impresión se notó enseguida. También su incómodo placer. Pagó sin problemas, pero cuando caminaba hacia mí, la vi a punto de desvanecerse, por lo que desactivé el vibrador y corrí a socorrerla.

- Lo estás haciendo excelente, mi perrita. - Le acaricié el cabello. Pensé que la vería llorar, pero Catalina sabía sorprenderme.
- Esto es increíble, mi amo. Nunca había hecho algo así. Por favor, sigamos.

Fuimos caminando a calle San Diego, donde había muchos vendedores de libros. La mandé a consultar a varios puestos por un libro que no existía, cuyo nombre era muy difícil de recordar. Cada vez que abordaba a un vendedor, el vibrador se hacía sentir. Su rostro enrojecía de vergüenza cuando gemía involuntariamente y no lograba pronunciar el nombre del inexistente texto.

- Qué pena, mi libro no se encuentra por ninguna parte. - Le dije riéndome de su rubor. - ¿Qué te parece si vamos a los juegos Diana?

Un popular centro de diversiones electrónicas nos dio la bienvenida. Probamos las típicas máquinas de videojuegos de baile, donde suelo ser muy bueno (no así en el baile). Ella me respondió que también es muy buena jugando, lo cual comprobé. Compré unas diez fichas y jugamos alegremente durante un par de horas. Era realmente hábil, me ganó casi todas las partidas, pero yo tenía el poder y le daría un desafío adicional. En una pista difícil de jugar accioné su vibrador. Su concentración era sorprendente, pues pudo durar hasta el final de la canción sin perder el control sobre sí, pero miré sus piernas y una gota de sus fluidos comenzaba a deslizarse buscando el suelo. La limpié con un pañuelo desechable y la tomé de la mano, pues era hora de irnos.

- Ahora iremos a tu casa a concluir nuestra tarea. - Le dije.
- Con gusto, mi amo. - Me dijo con mucha emoción. La calentura prometida por un encuentro carnal entre nosotros le había hecho ilusión, sin duda.

Llegamos en veinte minutos a su hogar, que estaba tan ordenado como la última vez que lo visité. Sobre su escritorio pude ver la nota que le envié. Para saciar la curiosidad de mis espectadores, les transcribo el contenido de la misma:

Catalina:

Sólo si sigues al pie de la letra estas instrucciones serás digna de ser mi sumisa. Si no te interesa la idea simplemente ignora lo que ordenaré a continuación:

1. Toma el metro en estación Los Héroes a las 14:45, dirección Los Dominicos.
2. Bájate en Baquedano. Llegarás a la salida a las 15:00 a más tardar.
3. Una vez arriba, dirígete sin demora a la reja del ducto de respiración de los trenes, y espera allí de pie durante quince minutos sin acercar tus manos al vestido.

Es muy simple. Si me fallas, será un adiós para siempre. Espero verte luego de que hayas cumplido.

Fernando.

PD: Casi se me olvida. Debes llevar un vestido corto y no usar ropa interior.Tómate el pelo. Tienes prohibido usar cualquier elemento que cubra tu rostro. Te aseguro que así nos divertiremos más. (Esto no es opcional)

Seguramente ahora entienden mejor la calamidad de sus nervios.

El final de la jornada estaba cerca y había que concluir de la mejor manera. Una vez que comenzamos a besarnos, no volví a apagar el vibrador. Gimió como una loca, su placer era incontenible, pero podía ser mejor porque el vibrador era un juguete práctico, pero torpe con su único nivel de intensidad.

- Ahora prepárate, porque me conocerás. - Le dije amenazante mientras retiraba la ropa de mi cuerpo que ya estorbaba ante nuestra calentura. - Me harás una mamada y más te vale que sea buena.

Mi pene erecto, que anteriormente pudo solamente saludar, se hacía espacio dentro de su boca limpia y armoniosa. Una placentera felación calmó mis ansias por un momento, pero enseguida recuperé mi fuerza y tomé su cabeza, presionándola contra mi pubis. Su garganta aguantó mi miembro completo, pero comenzó a botar lágrimas y mucha saliva. Su maquillaje comenzó a desprenderse de su rostro.

- Te conviene empaparlo muy bien, ya verás por qué.

Me hizo caso, mi pene estaba muy mojado por su saliva.

- Imagino que estás muy limpia, ¿no es así?
- Así es, mi amo. Me ducho dos veces al día.
- Entonces ponte en cuatro patas sobre la cama.

Allí tenía su enorme culo a mi disposición. Ese hechizante trasero que me hizo reconsiderar a Catalina, y que en el fondo, era responsable de esta magnifica experiencia. El vibrador todavía encendido tenía su vagina tan húmeda que cualquier pene podría entrar y salir gloriosamente de ella. Pero el mío no estaba interesado en eso. Ella gemía como una loca por el permanente placer estimulante del vibrador. Yo, con mi pene hecho una roca me acercaba a su trasero. Aparté su calzón suavemente y con la punta de mi pene busqué su ano, al cual entré lentamente mientras ella se sorprendía y gemía por el dolor placentero que invadía su cuerpo.

- Este hoyito ha sido usado antes. Parece que no eres demasiado santa.

Efectivamente, más adelante me enteré que ella disfrutaba mucho del sexo anal. Conmigo no fue la excepción, aunque dice que mi pene fue el más grande que se había introducido por allí. En su cajón guardaba lubricante, que debimos usar en abundancia para seguir jugando tranquilamente. Generalmente no daba permiso a los hombres con penes grandes, para así evitarse el dolor, pero en mi caso no podía negarse. Estaba encantada con lo que le hacía. El placer del vibrador sumado a mi pene caliente dentro de su cuerpo era inconmensurable. Y así estuvimos unos veinte minutos, en una duradera penetración que le dio más orgasmos que ningún otro coito en su vida. Hasta que no aguanté más. Apreté con mis manos sus enormes nalgas para comprimir bien mi rabo que entraba y salía de su agujerito, y la sensación magistralmente placentera del orgasmo recorrió todo mi cuerpo en sus cortos segundos de duración. Eyaculé dentro de su ano. Mi satisfacción era plena, pero su martirio no había terminado. Le quité la ropa interior, la volteé dejándola de espaldas en la cama, y levanté sus piernas, curvándolas, dejándola con el culo apuntando hacia arriba. De pronto esa viscosa materia blanca comenzó a gotear sobre su rostro.

- Te lo debes tragar.

Sin hacer mucho asco, se lo tragó. Se notaba que tenía experiencia. Disfrutaba mucho del sexo, a pesar de sus cortos 29 años.

Pasamos el resto de la tarde tirados en su cama y conversando. Vimos un par de películas y tres horas después volvimos a tener sexo, muy placentero nuevamente. Por la noche, me preguntó:

- ¿Por qué no pasó ningún metro cuando yo estaba parada sobre la reja? Si hubiese pasado, la ráfaga habría levantado mi vestido y se me habría visto todo...
- Jajaja, eres observadora pero muy sorda. Deberías dejar de usar audífonos. Anunciaron en todo momento y durante toda la semana que a las 15:00 habría un acto cultural en estación Baquedano que detendría los trenes por un momento. Ese momento tomó 15 minutos.
- Increíble... ¿o sea que nunca corrí ningún riesgo de mostrar mi entrepierna desnuda a la ciudadanía?

Yo asentí. El deber de un amo dentro del BDSM es cuidar en todo momento a su sumisa del peligro. Por el momento no me quedaba claro si le quedaban ganas de repetir estas experiencias, pero al menos gané una amiga inteligente y agradable.

Mi explicación fue suficiente. Al rato nos dormimos en su cama. Lo que pasó la mañana siguiente ya es otra historia.

1 comentario:

  1. Hola, lo acabo de descubrir, me ha gustado lo que he leído, me quedo por aquí.
    Saludos

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